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Sáb, Abr

La gran «rata» del narcotráfico testifica contra el Chapo

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Pedro Flores y su hermano traicionaron al cártel de Sinaloa para salvarse ellos. Esta semana se está viendo las caras con el Chapo en su juicio en Nueva York

(ABC) El silencio era tenso hoy en la sala del juicio a Joaquín el «Chapo» Guzmán cuando sonó la grabación de una llamada entre el supuesto líder del cártel de Sinaloa y su socio en Chicago, Pedro Flores. Negocian el precio de un cargamento de heroína desde México a las calles de la Ciudad del Viento. «Me lo está dando a 55. Si me hace el favor se lo pago a 50», le dice Flores al Chapo, en referencia al precio por kilo de un cargamento de 20 kilos de heroína. «Mañana recojo el dinero, está bien», resuelve el acusado, que tiene en Flores a una pieza clave de su negocio multimillonario en EE.UU. Junto a su hermano mellizo Margarito Jr., o ‘el J’, son los mayores distribuidores de su droga en el país. Pero Flores, en ese momento, ya es un actor, un figurante. Era el 15 de noviembre de 2008 y, dos semanas después, los mellizos decidieron traicionar a todos para salvarse ellos. Se entregaron a la DEA -la agencia contra el narcotráfico estadounidense- y, para librarse de una cadena perpetua casi segura, sirvieron la cabeza de todo su entorno. Empezando por el ‘Chapo’, el más buscado, y hasta traficantes de segunda de Chicago.

Esta semana, Flores está haciendo su primera aparición en un juicio. Es el testigo estrella de la acusación contra el Chapo. Le grabó en decenas de ocasiones, pero la conversación de ayer es quizá una de las pruebas con más peso, eso que los estadounidenses llaman una «pistola humeante». Además del precio de la heroína, negocian cómo sería el pago, quién es el contacto y el envío de más mercancía.

A Flores se le notaba nervioso, con la voz quebrada. Nunca miró en dirección al Chapo, que no le apartaba la mirada. Ni siquiera se atrevía a decir su nombre. Al referirse al Chapo, le llama «el hombre». El testigo es la gran «rata» del narcotráfico mexicano, el traidor último, y se le nota.

Flores pinchó la llamada con el Chapo con una grabadora casera, como hizo con otras llamadas cuando ya planeaba su salida del cártel. Los mellizos, nacidos en Chicago, habían hecho millones con sus socios de Sinaloa. Ambos mamaron el narcotráfico desde la infancia. Cuando tenían 7 años, su padre salió de la cárcel después de cumplir condena por tráfico de drogas e inmediatamente le empezaron a ayudar en el mismo negocio: actuaban de traductores con distribuidores o descargaban mercancía. Su asociación con Sinaloa fue muy lucrativa: movieron hasta 60 toneladas de coca enviada desde México. Tuvieron que huir a México en 2004 porque la justicia les seguía los talones y decidieron la traición cuando el clima se volvió irrespirable: la guerra sangrienta entre Sinaloa y los hermanos Beltrán-Leyva les convenció de que cualquier día ellos serían las víctimas. Su testimonio facilitó en su día la extradición del Chapo -y posiblemente ahora su condena a cadena perpetua- pero también hizo caer a capos como ‘Vicentillo’ Zambada, hijo del ‘Mayo’, el otro gran líder de Sinaloa.

La traición de los Flores permitió que EE.UU. encausara a medio centenar de narcos mexicanos. Pero también inculpó a amigos de la infancia, a medianías del negocio que ahora cumplen condenas mucho más largas que ellos. Su cooperación les permitió una sentencia de solo 14 años. Por buena conducta, podría salir en dos años. La defensa mostró imágenes de sus socios, con un impacto mucho menor que él en el negocio de la droga, con sentencias de casi 25 años. También trató de cuestionar que la voz de la grabación fuera la del Chapo, comparándola con el vídeo que le envió al actor Sean Penn poco antes de su última detención. Será difícil de que convenza al jurado de que esa no es la voz del acusado, que se retorcía en la silla mientras sonaba su voz.

Amor, asesinato y kilos de langosta

Las historias paralelas que surgen en el juicio al Chapo a veces cautivan más que la del supuesto líder del cártel de Sinaloa. Hoy deslumbró la de Pedro y Margarito Flores, distribuidores de su droga en Chicago, y Rudy ‘Kato’ Rangel, un jefe de los Latin Kings en la ciudad. Rangel tenía un tatuaje en el pecho que decía «Destinados para siempre mi reina Valerie». Valerie era la hija de un policía de Chicago que acabó en los brazos de Margarito, casualmente justo después del asesinato de Rangel. Tres meses después de su muerte, Margarito y Valerie estaban de fiesta en Las Vegas con un ejército de amigos, pagada por Pedro: reservaron 60 habitaciones en el hotel de lujo Mandala Bay y hubo «langosta y chuletón para todo el mundo». En ese viaje, Valerie ya estaba embarazada y poco después huyó a México, donde se casó con Margarito. La defensa contó el caso para minar la honestidad y credibilidad de los Flores, testigos de la acusación.