25
Jue, Abr

Edurne Portela: «Lo del feminismo liberal es una vergüenza

Estados
Typography

En su nueva novela, «Formas de estar lejos», recorre las cicatrices menos visibles de la violencia más silenciosa contra las mujeres

(ABC) A Edurne Portela (Santurce, Vizcaya, 1974) «siempre» le ha interesado la violencia. Tras abordar nuestro pasado más reciente, y doloroso, rastreando las heridas, quizás imposibles de curar, provocadas por elterrorismo etarra en su anterior novela, «Mejor la ausencia», y en el ensayo «El eco de los disparos», la autora vasca empezó a sentir la inquietud de una nueva historia. También violenta. Pero menos conocida, por silenciosa y, casi, normalizada. Lo primero que se le vino a la cabeza, antes siquiera de ponerse a escribir, fue la imagen de una mujer sola, aislada, confinada en el desarraigo de saberse, y sentirse, extranjera en un país tan poco acogedor como Estados Unidos. Ella es Alicia, la protagonista de «Formas de estar lejos» (Galaxia Gutenberg), una joven aparentemente fuerte, con un sólido bagaje intelectual y una compleja historia familiar a sus espaldas. Casi sin darse cuenta, mientras trata de tejer su presente para no enfrentarse a su pasado, de ahí la distancia, se ve metida en una relación tóxicaque, aunque lo parezca, nada tiene que ver con el amor.

Era fácil que sucumbiera a la tentación y se convirtiera en jueza, olvidándose de su papel de autora. Pero no lo hizo.

No me gusta ese lugar moralista. Incluso cuando he escrito ensayo centrado en temas políticos, siempre he intentado no juzgar, y con mis personajes me pasa lo mismo: intento entenderlos, pero sin justificarlos. Quería que los lectores vieran que los personajes son humanos. La figura de Matty podía haber sido un maltratador de libro de texto.

Pero no lo es.

No lo es, y yo no quería que lo fuera.

Pero esa posición está lejos de justificar la violencia.

Claro, escribo este tipo de novelas porque me preocupa esa violencia, quiero mostrarla, pero lo último que desearía es normalizarla, justificarla. Quiero que reflexionemos, tanto las mujeres como los hombres.

Partiendo de esa reflexión a la que conduce la novela, ¿ha llegado a comprender mejor algunos comportamientos?

Siempre me da miedo decir eso de «entender mejor», porque te sitúa en un espacio más cómodo y dejas de indagar. Me he acercado más a la complejidad de relaciones así, me ha hecho ver que las situaciones son muy complejas.

Que no es todo blanco o negro.

Eso es, que hay matices, y que el contexto en el que se desarrollan las relaciones es fundamental. Yo me he sentido muy incómoda escribiendo esta novela. Creo que es una novela incómoda.

Lo es.

Porque nos sitúa en espacios de reconocimiento de cosas que nos cuesta mucho reconocer, tanto a hombres como a mujeres, y en ese espacio de incomodidad yo me siento bien.

¿Y por qué se siente bien?

Porque es el único espacio que nos permite seguir aprendiendo y cuestionándonos. Me sigo sintiendo muy incómoda con este tema, no tengo las respuestas, pero sí creo que puede ayudarme a seguir reflexionando, matizando y ampliando un conocimiento que es infinito, porque depende mucho de nuestras subjetividades y de los contextos.

¿Teme que la presencia tan habitual de la violencia contra las mujeres en nuestro día a día termine por normalizarla?

La sociedad se hace inmune a la violencia, la normaliza, y de ahí surge la indiferencia. No tiene por qué ser una indiferencia del desprecio, puede ser de que nos acostumbramos a ciertas barbaridades y no las cuestionamos. En los últimos años estamos intentando romper con esa normalización.

Generar conciencia.

Eso es, y algún tipo de reacción social. Y yo creo que hoy lo volveremos a ver en las calles. Además, con la oposición tan fuerte de la ultraderecha, va a haber todavía más visibilidad. El tipo de violencia de la que se habla en la novela es incluso más difícil no entenderla como algo cotidiano y normalizado.

Pero no lo es.

No lo es. O por lo menos no debería ser lo normal y deberíamos apuntarlo como anormal. Para que eso suceda, tenemos que visibilizarlo y hablar públicamente sobre ello. Saber reconocer, no sólo las mujeres, sino también los hombres, esos momentos en los que algo puede cambiar en la pareja, cuando el hombre traspasa un límite que no debe, que puede ser de control, puede ser de trato, y reconocerlo.

En todo esto, ¿qué responsabilidad tenemos las mujeres? Si es que considera que la tenemos.

Tenemos responsabilidad, por supuesto. Tiene que ver con nuestra educación católica patriarcal. El sentimiento de responsabilidad, de culpa, está muy interiorizado y se mezcla con todas las falacias del amor romántico. Es fácil perderse en ese laberinto afectivo. La labor que tenemos de educación, de revisarnos, de autocriticarnos, también es de la mujer, porque tenemos que aprender a establecer ciertos límites. Y, a veces, para cuando nos damos cuenta, ya es demasiado tarde.

Pero para eso también está la literatura, para advertirnos.

Sí. Yo no creo que la literatura pueda cambiar el mundo, pero sí creo que puede apuntar, que puede visibilizar y enseñarnos a mirar de otra manera. A veces, lees un libro y te das cuenta de que hay otro ángulo, que puede haber otra forma de entender, en este caso, las relaciones de pareja, no las voy a llamar amorosas.

Es que el amor es otra cosa.

El amor es otra cosa, eso es. Y yo creo en el amor, estoy profundamente enamorada, pero es otra cosa.

Lo que sucede es que nuestros jóvenes, sobre todo, están recibiendo mensajes un tanto contradictorios al respecto.

Claro. Oyes a gente joven, partidaria de Vox, tanto chicas como chicos, y es espeluznante, que tengan una visión tan retrógrada y tan basada en discursos de odio. Lo de retrógrado es educable, pero cuando te metes en los afectos, en ese odio al diferente, ya estamos en un terreno peligroso.

¿Por qué se ha pervertido el significado del término feminismo? Porque, si se busca en el diccionario, está muy claro: igualdad de derechos entre el hombre y la mujer.

No están hablando de feminismo, se han inventado otra cosa. Es un término que, de todas maneras, siempre ha estado pervertido. Lo que está haciendo esta gente es una labor de deseducación, de desinformación, están mintiendo descaradamente; y no hablamos sólo de Vox, lo del feminismo liberal es de vergüenza, y lo terrible es que quien ha enarbolado esa bandera ha sido una mujer. Pero eso siempre ha habido: Pilar Primo de Rivera, ¿qué era? Todo el ideario de la Sección Femenina salió de ella.

Pero, ¿por qué intentar confrontar a las dos mitades de la sociedad?

Es conservación del statu quo. A veces es por convicción, gente que realmente piensa que las mujeres tenemos que estar en otro lugar y no pueden compartir con nosotros el espacio público ni el poder, y otras veces es por interés. Si empezamos a hablar de igualdad en los salarios, de romper el techo de cristal, de acceder a puestos de poder, de que el Consejo General del Poder Judicial no sean todo pantalones, eso significa que algunos hombres no van a llegar.

¿Es partidaria de las cuotas?

Es un tema complicado. Es necesario mantener un mínimo de igualdad, y si la única forma de hacerlo, al principio, es a través de cuotas, estupendo. Hay periodos de transición en los que es fundamental que haya cuotas. ¿Que eso se perpetúe? No. Pero es que, si lo intentemos como lo intentemos no hay accesos, en ese cuello de botella habrá que hacer una intervención.

El riesgo es que el feminismo se convierta, también, en un arma electoralista. ¿Ha de separarse una reivindicación como la del 8-M de la política?

Yo creo que sí. Si luego los partidos quieren sumarse a la manifestación, muy bien, pero que no la convoque ninguno, que no la contaminen. Lo que tienen que hacer, después, es tomar medidas.

¿Está en riesgo lo que hemos avanzado en los últimos años? ¿Vivimos un momento de regresión?

Está en riesgo cuando vemos que en Andalucía, por ejemplo, ya han tomado medidas como pedir las listas; no les van a dar los datos, porque va contra la ley, pero el gesto está ahí, y eso es un aviso, nos lo tenemos que tomar muy en serio, porque esta gente quiere entrar en las instituciones para reventarlas. Es así, lo hemos visto históricamente, estamos en otro contexto, pero la estrategia es la misma. No podemos decir que son unos cuantos exaltados, que no va a pasar nunca porque tenemos una democracia estable, consolidada; por eso mismo esta gente puede entrar en el Parlamento, en el Congreso, en el Senado y nos pueden hacer la vida muy difícil, y no sólo a las mujeres, a todo el diferente y a la gente de menos recursos.

Pero, curiosamente, en esa gente con menos recursos es en la que más efecto está haciendo el discurso populista. Es algo que se vio en Estados Unidos, un país que usted conoce muy bien, con la elección de Donald Trump.

Yo no sé hasta qué punto estoy muy convencida de eso. Eso forma parte, también, de la propaganda y de cómo se están intentando meter en ámbitos en los que creen que, debido al malestar que pueda haber en la izquierda, pueden sacar tajada. Pero ya les hemos visto el plumero. Gente descontenta habrá, pero eso también se ha manipulado mucho para ir creando ese discurso.

En mitad de tanta confusión, de tanto ruido, ¿qué papel debemos tener los periodistas, los escritores, todo aquel cuyo discurso puede generar opinión pública?

Tenemos una responsabilidad inmensa. Yo escribo desde esa responsabilidad, me la tomo muy en serio. Mi papel es ofrecer algo que haga pensar a la gente, que no se dejen llevar por el titular, por ese discurso que va muy encaminado a los sentimientos, a las reacciones viscerales, ofrecer un momento de pausa y de reflexión. Si con mi escritura consigo algo de eso, me doy por satisfecha.

ETA también está presente en esta novela, aunque esta vez de forma secundaria. Poco a poco, en los últimos años, escritores como usted o como Fernando Aramburu están contribuyendo a construir un relato que faltaba en esta sociedad.

Es normal que, desde diferentes generaciones, las personas a las que nos ha afectado ETA directamente o que hemos vivido en ese entorno ahora estemos elaborando memoria. Poco a poco, iremos desentrañando todo lo que ha significado para nosotros esta historia, pero también la complejidad de ese pasado. En el momento de la violencia, todo se convierte en maniqueo, bipolar, sobre todo la visión desde fuera es muy de blancos y negros. Yo creo que lo que podemos aportar ahora, desde esta mirada más pausada, es ir desentrañando los matices.

¿Por eso llega ahora, porque entonces era muy difícil escribir?

Bueno, hubo gente que lo hizo, y lo hizo muy bien. Galaxia Gutenberg publicaba hace poco un libro de Iban Zaldua que son veinte años de relatos sobre ETA. Él escribía ya desde los 90 y eso es lo que hace a esos cuentos particularmente interesantes, aparte de la calidad literaria, que es mucha. Él aporta esa visión en el momento, de estar metido en ese ambiente, que es tan asfixiante, que nos cargaba tanto, pero al mismo tiempo ser capaz de ver la complejidad. Zaldua es uno de los escritores que mejor lo ha hecho.

Antes hablábamos de que el feminismo está siendo usado de manera electoralista. También las víctimas de ETA. Hace pocos días se quejaba, precisamente de eso, Consuelo Ordóñez.

Sí, me gustó mucho que Consuelo Ordóñez lo dijera, porque en el mundo de las víctimas hay de todo y que sea ella quien lo diga es muy importante.

¿Usted cree en el perdón?

Yo creo que el perdón es algo individual.

¿Es imposible que una sociedad perdone?

Las sociedades no perdonan. Las sociedades trabajan con la memoria, pueden llegar a aceptar un pasado traumático y trabajarlo para que deje de ser traumático, pero el perdón es algo individual. Las sociedades pueden tomar responsabilidad por su pasado, pero de ahí a perdonar… Yo creo que estamos proyectando un deseo y una serie de ideas que tienen que ver con el cristianismo sobre el perdón que son procesos individuales. Dentro de esos procesos individuales hay cosas que no se pueden perdonar, porque suponen para la víctima un nuevo sacrificio. Se pueden elaborar esos procesos, para que dejen de doler, pero de ahí a decir a un verdugo, a un maltratador: «Te perdono»… Yo a veces creo que no se lo merecen.

Hablando de usos del lenguaje, qué mal usamos, también, a veces, la palabra víctima.

También, también, es una palabra que se ha convertido o en algo que te apropias para manipular la afectividad de los otros o en algo que arrojas para echar culpas. Y es tremendo, porque detrás de una víctima de verdad hay muchísimo sufrimiento. Deberíamos usar esa palabra con mucho más cuidado, con mucho más respeto.