18
Jue, Abr

La protesta de los chalecos amarillos pierde apoyos en Francia, pero se radicaliza

Mundo
Typography

Casi 1.400 detenidos y más de 70 heridos tras una nueva jornada de protestas violentas en París y otras grandes ciudades

(ABC) La cuarta jornada de protestas de los chalecos amarillos confirma la conversión del movimiento en una franquicia con muchas sensibilidades, no siempre compatibles, que ayer movilizó a decenas de millares de hombres y mujeres en toda Francia, provocando graves disturbios y batallas campales, con incendios y destrucciones en París.

La activación de 89.000 soldados, antidisturbios, gendarmes y policías, en toda Francia, 8.000 en París, solo tuvo un efecto disuasivo parcial. Según el Ministerio del Interior, este sábado hubo más de 2.000 manifestaciones, que movilizaron a 125.000 manifestantes de distinta sensibilidad en toda Francia, 10.000 de ellos en la capital.

En provincias, la gran mayoría fueron protestas pacíficas y festivas, pero hubo tensiones y violencia en ciudades importantes como BurdeosLilleMarsellaNiza. En París, las movilizaciones volvieron a precipitar un impresionante rosario de violencias e incendios en los Campos Elíseos, ante el Arco del Triunfo, la Ópera Garnier, los Grandes Bulevares (donde se hallan los grandes almacenes), la iglesia Saint- Augustin y la estación de Saint-Lazare. A la hora de escribir esta crónica, el balance provisional anunciaba 1.385 detenciones, más de 700 personas a disposición judicial, 71 heridos (siete de las fuerzas de seguridad) y un número impreciso pero llamativo de incendios, «iluminando» el vandalismo de los chalecos amarillos seducidos por la violencia urbana acompañada de pillajes.

Durante las primeras jornadas de protesta, con el bloqueo de carreteras y autopistas, el movimiento carecía de organización, programa, líderes y portavoces, pero protestaba contra cosas concretas: la subida del precio de los carburantes, la carestía de la vida y la precariedad de los servicios públicos en las zonas rurales menos favorecidas. Emmanuel Macron ha hecho gestos importantes en esos terrenos: la subida de los carburantes ha quedado aplazada sine die y se subirá el salario mínimo a primeros de año.

Esas concesiones llegaron la semana pasada cuando la fronda de los chalecos amarillos comenzó a radicalizarse, convirtiéndose en una suerte de franquicia que cada familia de manifestantes utiliza para hacer reivindicaciones propias, sin programa ni proyecto común.

Llamada a «ocupar» el Elíseo

Ante tal evolución del movimiento, apareció un grupo de chalecos amarillos «libres», moderados, que denuncian la radicalización. Algunas personalidades de este grupo han sido recibidas por Édouard Philippe, jefe de Gobierno, sin resultados tangibles.

Ante la jornada de este sábado, otros chalecos amarillos más o menos «históricos» llamaron a «ocupar» el palacio del Elíseo. El Ministerio del Interior respondió a tal locura montando un dispositivo de seguridad excepcional. Y los chalecos amarillos históricos comenzaron por bloquear varias horas el «periférico», la carretera de circunvalación de la capital. Restaurada la circulación, los chalecos amarillos se dispersaron en distintas direcciones.

Por su parte, el resto de chalecos amarillos que se manifestaron de manera ruidosa y violenta en los Campos Elíseos ante el Arco del Triunfo durante todo el día oscilaban entre la aventura y el desorden, ante varios millares de antidisturbios que disolvían con bombas lacrimógenas a los grupos movilizados con tambores al «ritmo» del himno nacional, La Marsellesa.

Multitud de grupos

Chalecos amarillos de provincias habían llegado a París con el fin de manifestarse tranquilos y protestaban con calma y paciencia enarbolando sus banderas y proclamas de corte popular o populista, disfrazados de manera pintoresca, reclamando la restauración del impuesto a las grandes fortunas y pidiendo a Macron que «suelte la pasta».

Otros, jóvenes de formación modesta y empleos precarios, parecían anoche «hartos» de tanta protesta sin respuesta ni solución. Y se sumaban a los radicales tradicionales lanzando imprecaciones obscenas contra Macron.

Los chalecos amarillos de clase media que temen la precariedad, muy presentes en las primeras protestas, desaparecieron ayer de los Campos Elíseos. Los pocos que quedaban se mesaban los cabellos, angustiados: «Qué barbaridad. A dónde hemos llegado».

Los de ultraderecha violenta, por su parte, parecían «encantados» con los gases lacrimógenos de los antidisturbios, a los que respondían con improvisados cócteles, mientras apelaban a gritos a una una «revolución nacional».

Los chalecos amarillos de extrema izquierda que quieren la «extensión de la lucha» adoptaban un tono «heroico» aprovechando algunos ratos de ocio para hacer pintadas en las numerosas oficinas bancarias de los Campos Elíseos y las grandes avenidas burguesas que llevan al Parque Monceau: «¡Los bancos nos roban! ¡Abajo la explotación capitalista!».

Los chalecos amarillos de la «banlieue» (suburbios) no estaban en las primeras manifestaciones. Aparecieron el 1 de diciembre. Y este sábado confirmaron su presencia de predadores suburbanos, que se han echado a la calle para «protestar» en el río revuelto de la crisis, pegando fuego a coches y motos «de ricos» y apedreando escaparates.

Sin organización, líderes ni programa, la franquicia chalecos amarillos ha extendido las reivindicaciones vagas, cuando no incoherentes, denunciando la fiscalidad, la represión, el autoritarismo, la precariedad, la mundialización… Protestas que oscilan entre la angustia social, el miedo a la precariedad y el nihilismo rural o suburbano.

Macron pidió el viernes socorro político a sindicatos, partidos y patronal. Los manifestantes de ayer quizá fueron menos numerosos que semanas anteriores. Pero la fronda de los chalecos amarillos, convertida en franquicia, ha ganado en radicalismo lo que ha perdido en manifestantes. Se presta a Emmanuel Macron la intención de dirigirse a la nación para intentar apagar un grave incendio nacional de alcance evidentemente europeo.