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Sáb, Abr

BAJO FUEGO / José Antonio Rivera Rosales/ Toque de tambores

Opinión
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   Con la irrupción violenta del magisterio disidente los primeros días de mayo, la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación parece haber definido una postura  que preludia días aciagos en el proceso electivo en ciernes.

   En los hechos la agresión contra las oficinas del Congreso local, la ocupación durante cuatro horas de la autopista del Sol y posterior embate contra el Palacio de Gobierno carece por completo de explicación lógica, más que haber acatado un mandato de su dirigencia nacional. 

   Como se sabe, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, la CNTE, ordenó tres días de protesta por la indiferencia que han mostrado las autoridades federales para ofrecer respuestas a demandas laborales de ese sector del magisterio mexicano.

   En Guerrero, los maestros la agarraron contra el Congreso cuya biblioteca vandalizaron en una muestra de aparente rebeldía por la desatención de sus exigencias. Al mismo tiempo bloquearon la Autopista del Sol durante cuatro horas, interrumpiendo el tráfico de miles de automovilistas, muchos de ellos turistas que volvían a su lugar de origen. Al día siguiente, intentaron entrar a la fuerza al Palacio de Gobierno, lo que finalmente no consiguieron. 

   Sin embargo, el  problema es la grave confusión ideológica que priva en las huestes magisteriales, que atacan todo lo que huela a autoridad o gobierno. ¿Cómo podríamos definir estas manifestaciones violentas? ¿Como violencia revolucionaria? ¿Como inconformidad social? ¿Como una muestra del ánimo que permea entre la población? ¿Cómo preludio de la violencia postelectoral con la que amenazó López Obrador?

    Históricamente la CETEG ha utilizado estos métodos violentos para enderezar sus reclamos, legítimos o no, en un proceso similar al que han desarrollado los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa. A los normalistas, sin embargo, se les entiende dada su formación mediocre y tendenciosa en materia de un marxismo-maoísmo que ya debería estar en los museos. ¿Pero los maestros…?

   Como ya dijimos, en primera instancia este sector del magisterio que se dice revolucionario parece tener graves confusiones ideológicas que tuercen su lectura de la realidad social. 

   Cuánta razón tenía Hanna Arendt cuando escribió que el origen de los totalitarismos -y, por extensión, de todo tipo de fundamentalismo- era la mediocridad y la ausencia de reflexión. Es decir, de la banalidad del mal.

   Eso es lo que pasa con estos supuestos revolucionarios que, al grito de sus dirigentes, actúan como una horda contra los bienes públicos y los policías que se les atraviesen.

   Claro que es muy cómodo destruir bienes e instalaciones públicos -que, por cierto, pagamos todos los contribuyentes-, en lugar de manifestar su inconformidad por mecanismos más innovadores que, ciertamente, no dejan de ser rebeldes y/o revolucionarios.

   Este embate violento contra el Congreso y la ocupación de la Autopista del Sol sólo generó un agravio y enojo profundo entre las miles de familias afectadas por la ocupación de la carretera, a quienes se privó de su libertad constitucional de tránsito. Sin contar la versión de una anciana que era trasladada en un ambulancia y murió en el trayecto simplemente porque no pudo llegar al hospital en la ciudad de Chilpancingo.

   Es verdad que durante décadas los mexicanos hemos padecido la violencia estructural del Estado Mexicano, cuyos conspicuos integrantes simplemente se la pasan haciendo negocios a la sombra del poder.

   Pero entonces el magisterio disidente pretende ocupar el lugar de las élites ¿para cometer las mismas tropelías?

   Esta explosión de “violencia revolucionaria” carece de explicación lógica alguna, en particular cuando el embate estuvo dirigido contra un Congreso local que nada tiene que ver con la solución a las demandas del magisterio.  

   El embate de los maestros de ninguna manera le abona a la discusión de la problemática que reclaman, no abona al pensamiento crítico ni propone una solución a los problemas que, por cierto, no dejan de ser demandas de un pequeño segmento de la sociedad guerrerense.

   Este estallido magisterial sólo refleja la mediocridad y la estupidez a la que alude la escritora cuando hace referencia a la banalidad del mal, que no tiene más explicación que sus instintos primitivos.

   Para explicarlo, el dirigente cetegista Arcángel Ramírez sólo dijo que, a una acción tiene que haber una reacción. Es decir, que como los diputados no los quisieron recibir, se vieron obligados a vandalizar. ¿De verdad? Esa respuesta sólo confirma la mediocridad como origen de la violencia irracional.

   ¿Por qué no optan por la doctrina de la no violencia que permitió a Mohandas Gandhi, El Mahatma, echar a los británicos al mar sin disparar un tiro, después de muchos años de explotación y colonialismo?

   ¿Por qué no echar mano de la resistencia pasiva para enfrentar la violencia estructural del estado?

   ¿Por qué no educan a los niños en la construcción de un pensamiento crítico, progresista y liberador, mediante una revolución en el modelo educativo?

   ¿Por qué no trabajan por el conjunto de la sociedad guerrerense, que está hundida en la pobreza más ofensiva?

   Por desgracia, estos maestros sólo buscan dos cosas: mejorar su situación económica y social y, de facto, alcanzar el poder. Aún si tomamos en cuenta al número de maestros que trabajan en Guerrero, 74 mil 546 en cifras de hace dos años -que no todos son de la CETEG- observamos que no constituyen ni el uno por ciento de los 3.5 millones de guerrerenses.

   Claro que no representan a la sociedad y, de hecho, actúan como enemigos de la sociedad. Sólo se sirven a sí mismos y a su facción. La historia los recordará sólo como los provocadores que son.