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Muere Jorge Edwards, un escritor a contracorriente

Ciencia y tecnología
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El autor chileno, premio Cervantes en 1999, murió este viernes en Madrid a los 91 años, tras una vida dedicada a la diplomacia y la literatura

(ABC).-Ha muerto la memoria viva de varios continentes. No hubo político, intelectual, creador, artista, agitador o aristócrata al que el escritor y diplomático chileno Jorge Edwards (1931-2023) no hubiese conocido. Premio Cervantes 1999 y ciudadano español desde 2000, la suya fue una vida intensa. Tras sus años en la embajada chilena en París durante la década de los sesenta, llegó a La Habana en 1971, como encargado de Negocios de Chile en Cuba. Su misión sería restablecer las relaciones diplomáticas entre los dos países nada más llegar Salvador Allende al poder.

Edwards tenía apenas treinta años. Era abogado, agricultor frustrado y, a su manera, un verso libre. Después del golpe de Estado contra Allende, en 1973, se marchó a Barcelona. Allí trabajó como director de la editorial Difusora Internacional y también como asesor de la Editorial Seix Barral, que sirvió de epicentro para su estrecha amistad con Carlos Barral y su relación con la escena literaria de aquellos tiempos. En las calles de aquella ciudad se cruzaban los autores del Boom, con los novísimos. Ese mismo año, Edwards publicó 'Persona non grata', un libro que dividió en dos el debate literario y político en América Latina.

Un material enorme, un tomo de 786 páginas, el primero de los cinco que su editorial tiene previsto publicar para reunir la obra periodística del Premio Nobel hispano-peruano

Jorge Edwards duró en La Habana menos de un semestre, fue expulsado por el régimen castrista, que en esos años gozaba de apoyo y prestigio intelectual a pesar de sus desmanes contra los escritores Guillermo Cabrera Infante o Heberto Padilla. La experiencia quedó registrada en 'Persona Non Grata', publicado por Carlos Barral, y en cuyas páginas, en clave novelesca, Edwards describe su decepción y desengaño alrededor de Fidel Castro y la revolución cubana que, junto a otros intelectuales como Pablo Neruda, él mismo había loado.

Aquel libro fue el coletazo, el gran cisma. Para ese momento Edwards era conocido por su actividad diplomática y había publicado los volúmenes de cuentos 'El patio' (1952) y 'Gente de la ciudad' (1961), así como la novela 'El peso de la noche' (1964). Sin embargo, fue 'Persona no grata' el título que lo catapultó. Hace unos años se publicó una edición por el aniversario de aquel libro, en la que se incluyeron cartas inéditas a Edwards escritas por Graham Greene, Arthur Miller, Carlos Prats y Guillermo Cabrera Infante. Este último aplaudía el «magistral» retrato que el diplomático chileno hacía en su libro de Fidel Castro, «con su mezcla de esquizofrénico y gran actor». Su vena de compromiso político lo condujo a él y a su literatura al centro de los debates, aunque eso no lo eximió de las represalias tanto de la izquierda como de la derecha.

«Se necesitaba más valor para publicar el libro que para escribirlo, por ser lo que era y por el momento político en que salió. 'Persona non grata' rompió un tabú sacrosanto en América Latina de los años sesenta para un intelectual de izquierda: el de que la Revolución cubana era intocable, y no podía ser criticada en alta voz sin que quien lo hiciera se convirtiera automáticamente en cómplice de la reacción», escribió Mario Vargas Llosa en el ensayo 'Jorge Edwards, cronista de su tiempo'.

El chileno pagó las consecuencias de aquellas páginas. El libro fue censurado en Chile. Recibió críticas furibundas. Edwards fue expulsado de la carrera diplomática por el régimen de Pinochet, contra el que se manifestó en más de una ocasión. «Hice muchas cosas, pero siempre la tarea principal, de noche, de madrugada, en espacios de tiempo robado, al margen de documentos oficiales, fue la de escribir ficciones, o la de introducir en la multiplicidad de los sucesos, en el enigma del pasado, en los recovecos de la memoria, una coherencia, una estructura narrativa que siempre, en definitiva, era imaginación, arte de la palabra», leyó en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes, en 1999.

Galardonado con el premio Cervantes, su obra se considera lejana a la habitual literatura chilena, ya que se centra en lo urbano del país y se distancia del tema ruralista

Hasta la tumba de Montaigne
«Las circunstancias me obligaron a escribir, algunas veces, en contra de la corriente, de la moda, del pensamiento al uso, y traté de hacerlo con naturalidad, sin pretensiones, sintiendo que la escritura, antes que nada, es una forma de fidelidad, la exigencia de un acuerdo consigo mismo, y que uno tiene el derecho y quizás hasta la obligación de transmitir la experiencia a los demás», afirmó Edwards sobre su obra, en la que se volcó con precisión memoriosa. A veces directa, en otras parapetada tras el recurso de lo novelesco, habla de su tiempo.

Tras 'Persona non grata', el chileno escribió las novelas 'Los convidados de piedra' (1978), ambientada en los días del golpe de Estado de 1973 en Chile y 'El museo de cera' (1981), cuya estructura alegórica contenía una marcada crítica política. Publicó también 'La mujer imaginaria' (1985), 'El anfitrión' (1988) y 'El origen del mundo' (1996). Casi todas estas obras estaban hermanadas por el peso de lo vivido, la alegoría del fracaso, la pérdida de las ilusiones políticas, y, por supuesto, el erotismo y el sexo como fuerza constante y evocadora. El carácter y la obra de Jorge Edwards se hace mucho más claro en 'La muerte de Montaigne' (2011). En ese libro, el escritor se vale de la figura del autor francés, y de la metáfora sobre cómo este soportó el fanatismo ideológico y religioso, acaso cual alusión y reflexión sobre aquella que él mismo había padecido.

Buena parte de la obra del escritor y diplomático está encuadernada en aquel don que hizo de él gran conversador y cultor del género epistolar. Así lo certifican las más de 300 cartas que intercambió con el poeta y el premio Nobel de LIteratura Pablo Neruda, a quien conoció durante sus años en la embajada de París, en la década de los años sesenta. Ambos mantuvieron una amistad larga y duradera. Habitaban la misma patria: Chile y la escritura.