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Jue, Abr

La extravagante vida (y muerte) del astrónomo que tenía una nariz de oro

Ciencia y tecnología
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Tycho Brahe hizo grandes aportaciones a la astronomía, pero estuvo hasta el final de sus días envuelto en un halo de misterio

Acapulco Gro., 10 de abril del 2018(ABC).-Una de las plazas más hermosas de Europa se encuentra en Praga. En ella se abre la fachada de la iglesia de Nuestra Señora Tyn, como si de la portada de un cuento infantil se tratase. Allí yacen los restos de uno de los astrónomos más influyentes de la astronomía, el danés Tycho Brahe (1546-1601).

Si un director de cine tuviera que encargarse de llevar a la gran pantalla su biografía, sin duda, debería ser Quentin Tarantino. Y es que hay dos adjetivos que resumen a la perfección su vida: excéntrica y disipada.

Brahe fue apodado el “hombre con la nariz de oro”, debido a que tuvo que recurrir a una prótesis nasal después de que perdiera la original durante un duelo de juventud. La causa de la disputa no está del todo clara, pero todo parece indicar fue un apasionado desacuerdo matemático. Las cosas de la adolescencia.

Una prótesis nasal no fue su única extravagancia, sabemos que tenía por mascota un alce, al que bautizó con el nombre de Rix. Al parecer este cérvido vivía a sus anchas en el castillo que Brahe utilizaba como observatorio -en Uraniborg-, en donde eran famosas sus embriagueces, ya que tenía la mala costumbre de calmar la sed con cubos de cerveza. En uno de sus excesos etílicos, el animal perdió el equilibrio y se desnucó al caer escaleras abajo.

El alce borracho no era la única singularidad del castillo de Uraniborg. Había muchas más, entre su séquito contaba con un enano llamado Jepp, del que Brahe presumía tener en alta estima, pero al que obligaba a acompañarle en sus almuerzos debajo de la mesa, para que nadie le viera.

En contraprestación a todas estas excentricidades, Tycho Brahe fue el mejor astrónomo en el período anterior a la invención del telescopio. Entre sus aportaciones al campo de la astronomía figuran oponerse a Nicholas Copérnico (1473-1543), defender el modelo geo-heliocéntrico, según el cual la Luna y el Sol giran en torno a la Tierra y descubrir la supernova que lleva su nombre.

Para desgracia de los daneses Tycho dejó su patria de nacimiento para pasar a formar parte de la nómina, como astrónomo, del rey de Bohemia y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Rodolfo II de Habsburgo, sobrino y nieto de nuestro emperador Carlos V (1500-1558).

¿Víctima de la buena educación?

El 13 de octubre de 1601 el astrónomo fue invitado a un banquete en la corte de los Rosenberg. En aquel momento era de mala educación levantarse de la cena antes de que concluyera y de que lo hiciera el anfitrión. Tal fue la ingesta de alcohol durante al ágape que su vejiga comenzó a apremiarle, pero por no pecar de descortés aguantó más tiempo de lo conveniente.

Al final no tuvo más remedio que ausentarse para aliviarse, perola orina no fluyó como era habitual, y así seguiría durante los próximos once días, al cabo de los cuales acabó falleciendo, víctima de altas fiebres. ¿De qué murió? ¿A consecuencia de una buena educación?

Una de las hipótesis más defendidas durante años es el asesinato. Se decía que el astrónomo había sido asesinado por un primo lejano suyo –Eric Brahe-, que trabajaba a las órdenes del mismísimo rey Christian IV de Dinamarca, que estaba furioso con Tycho porque se había acostado con la madre del soberano.

En 1901 el cuerpo del astrónomo danés fue exhumado y se detectó la existencia de un nivel elevado de mercurio –cien veces por encima de lo normal- en los pelos del bigote. ¿Esto era concluyente? De ningún modo, este metal se empleó durante mucho tiempo como fármaco, era el remedio más empleado para tratar la sífilis, y además era un material que se utilizaba en alquimia, por lo que pudo ser sin más una “intoxicación profesional”.

El conjunto de todas sus observaciones acerca de la trayectoria de los planetas fue heredado tras su muerte por uno de sus ayudantes –Johannes Kepler-. Un astrónomo que, basándose en aquellos datos, anunciaría años más tarde las famosas “Leyes de Kepler”, que gobiernan el movimiento de los planetas. Pero, como diría Kipling, eso ya es otra historia.