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Mié, Abr

CHAMPIONS LEAGUE... Lo que los jeques no pueden comprar

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Tras un mal inicio y un gol de Mbappé, el Madrid remonta en una segunda parte memorable

 

(ABC).- Mbappé ya sabe lo que es el Madrid, y lo saben los jeques. Hay cosas que el dinero no puede comprar. Una de ellas es la mezcla de deporte y magia que el Madrid consigue crear en su estadio. Su ritual de carreras hacia lo imposible.

Llevaba el Madrid veinte años sin remontar un 1-0, pero había que intentarlo. Proceder a la parafernalia: el autobús, los moltolongos, somos los mejores, la historia, el himno, mira qué pedazo de viga… Las remontadas no son una época, son ya una institución.

Se confiaba en la tradición. Y Ancelotti decidió hacer lo mismo, y darle a la grada el partido que quería. Podía sonar contradictorio. ¿Cómo iba a darle a la grada lo que pedía haciendo su Madrid lo de siempre? No se sabía, ni se sabe aun ahora. El 4-3-3 con Modric y Kroos, de ritmo reumático en Europa, intentando sacar la pelota y todos hacia arriba a estrenar presión adelantada. Entonces parecía un 'jejepressing' porque el pressing de verdad estaba por llegar.

El Madrid salió encorajinado, pero no bien. Tanto era el ardor que Kroos casi lesiona a Militao. Querían seguir los pasos de la remotada antes de entrar en arrebato.

El Madrid presionaba, la movía con rapidez y chutaba con prontitud. Esto era irreprochable. Vinicius se iba de Achraf una y dos veces. Pero pronto se vieron los muchos riesgos que corrían con Mbappé; pronto (muy pronto) la presión empezó a mostrar las costuras. Tras el furor inicial el Madrid se mostraba largo, hueco, navegable, quebradizo. Si Modric debía ayudar a sacar la pelota no podía ni soñar con llegar donde Benzema. A la altura del minuto 15, ya todo empujaba al bloque bajo. El Madrid se iba metiendo en lo que podríamos llamar su zona de confort. Ancelotti es eso: ceja alta, bloque bajo. El bloque bajo solo exige individualidades y solidaridad, el bloque alto requiere algo colectivo, físico también, que el Madrid no tiene o no tenía (pero que iba a encontrar mágicamente).

 

La presión alta del Madrid dejó de ser atosigante, si lo fue en algún momento, y el PSG aprendió a superarla. Pronto se fue quedando la pelota, jugando a las cuatro esquinas con Verratti, Paredes, Messi y Neymar, casi nada.

En el Madrid había fotos tácticas, instantes, momentos y retratos posicionales muy comprometedores. Era un equipo deslavazado y tácticamente histerizado, salido de madre, que quería llegar muy rápido, y muy pronto, sin robar y sin tener la pelota. El miedo le metió en la cueva del área y no había manera de salir de allí, aunque Benzema lo intentó con un par de ataques de padre coraje. Esos ataques eran rápidos de puro temor al contragolpe, rápidos de pura incapacidad para la combinación, y solían realizarse en inferioridad.

Tras varias ocasiones de Mbappé, Messi tuvo la suya en el 31, tras pared con Neymar. Los minutos siguientes fueron de bochorno táctico para el Madrid, incapaz otra vez de robar la pelota. Pero un gol anulado por muy poco a Mbappé revivió al Madrid. El susto le dio unos minutos de vida y el equipo subió o intentó subir entero, como una pesada osamenta hasta el área rival. Benzema remató con peligro un buen centro de Kroos.

Pero ese impulso casi post-morten también iba a pagarlo. Echado arriba de manera suicida, Carvajal hizo algo inexplicable y le dio al PSG el balón y la banda; ante la bicoca, Neymar, con un solo toque, lanzó la carrera de velocista de Mbappé, que batió a Courtois con una violencia y una plasticidad que compensan el inmenso hartazgo de estos años.

Tras el gol, el principal problema del Madrid era encontrar la pelota, hacerse con ella. Se llegó al descanso con agonía.

El Madrid lo intentaba al regreso, pero la superioridad de Mbappé era inabordable. Los fuera de juego evitaban una carnicería.

Cuando Mbappé estaba poniendo fin a la carrera de Carvajal, Donnarumma, como un amigo ante la presión, le regaló el balón a Vinicius, que cedió a Benzema para el gol. El regalo recordó a la 13ª.

Esto metió al Madrid en el partido, con la fortuna de que ya estaban Camavinga y Rodrygo en el campo. Ya estaban los jóvenes. ¡Por fin!

El Madrid ya era otro, se sentía la electricidad. La defensa estaba arriba, y Vinicius era poderoso. Cuando llegó el cambio anímico encontró al Madrid con piernas. El PSG estaba conociendo la atmósfera del Bernabéu, la razón del desvarío, de tantos hundimientos. Pasó grogui unos minutos, y cuando recuperó la pelota el Madrid era más fuerte, más rápido. Benzema presionaba raulescamente con unas carreras de toro enrabietado que llevaban al estadio un frenesí inexplicable. Cuanto más épico sonaba el Madrid, más débil parecía el PSG en la salida. La bravura del Madrid le iba desnudando, convirtiéndolo en lo de siempre, y Vinicius tenía una ocasión clara, rompía al rival en cada ataque.

El partido era ya puro Bernabéu. Carreras despanzurrantes, jugadas en el alambre, y en el 75, tras una contra de Vinicius que él mismo había lanzado, Modric buscó por el interior a Benzema, infalible. Modric estaba ya en uno de sus trances aeróbicos, desde más allá del cansancio y de la edad, de cualquier medida razonable del ácido láctico. Con su aspecto de interior-Quijote en el nirvana de su fútbol desmelenado.

Al volver del gol, el Madrid, no se sabe cómo, aprovechó el saque de centro rival, buscó a Vinicius, lo encontró y Benzema remató el tercero entre el desconcierto de todo el mundo. Es imposible escribirlo, es imposible explicarlo. El plumilla que esto escribe se sintió mareado.

Diremos que remontaba el escudo, y es verdad, que al Madrid le mueve algo que es colectivo, inmaterial, que toma forma en noches así. Es un estado febril de comunión. Pero también había una causa futbolística: jugaban los jóvenes que al principio de temporada le remontaban los partidos a Ancelotti. Y Modric y Benzema, subiendo al penúltimo escalón del olimpo madridista.

Los minutos finales del Madrid fueron de éxtasis y sabiduría y el PSG no volvió a tener la pelota. El jeque tendrá que volver a empezar. Con fair play o sin fair play, el Madrid es inalcanzable, una pasión con sus propios milagros.