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Sáb, Abr

El Valencia, campeón ante un Barça incomprensible

Deportes
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RESULTADO BARCELONA-VALENCIA, FINAL COPA DEL REY... Los blanquinegros redondean un final de curso estupendo con un título once años después y agravan la depresión de los catalanes, incapaces de reaccionar a los goles de Gameiro y Rodrigo

En descargo de la afición del Barça, así como concepto, hay que decir que a lo sumo la mitad silbó el himno nacional, y a Su Majestad el Rey, y que por lo menos en mi zona, que es donde estaban los aficionados más razonables de ambos equipos, muchos catalanes con su camiseta del Barcelona y su señera cantaron «Que viva España»visiblemente molestos con que la facción independentista se otorgue la potestad de hablar en exclusiva en nombre de sus colores. Los que silbaron, lo silbaron absolutamente todo, folklorizando su protesta, como siempre ocurre con los que se sienten más cómodos quejándose como víctimas que usando su talento y su inteligencia para defender sus intereses con provecho y con prudencia.

El Valencia empezó acorralado por el Barça, pero enseguida Parejo se inventó una carrera por la banda que Jordi Alba resolvió como pudo –es decir, mal– entregándole el balón a Rodrigo, que habría marcado de no ser por Piqué, que material y angustiosamente detuvo el disparo sobre la misma línea de gol. Primera final de mi hija, y su primera vez en Sevilla. De camino al estadio, un agente de la Policía Nacional, oyente de Carlos Herrera, la invitó a tomarse una fotografía en una magnífica tanqueta especialmente utilizada en la lucha antiyihadista. Es la ternura de la Policía. Y la educación sentimental de mi hija.

Si una parte de la afición del Barça tendrá que plantearse, tarde o temprano, si le conviene hacer el ridículo permanente de silbarlo todo, la afición del Valencia tendría que plantearse, sobre todo cuando viaja, si tiene algún sentido estar todo el día tirando petardos. La mañana del sábado, en Sevilla, uno iba de susto en espanto, y se desbocaban los caballos de los coches de enganche. Ruidoso y lamentable espectáculo,

Gameiro, en el 21, tras varias contras del Valencia que sirvieron de aviso, marcó el primer gol de la final, de un potente disparo desde dentro del área. La monótona posesión azulgrana, larga en el tiempo y mediocre en el beneficio, tenía como respuesta la esporádica pero incisiva velocidad valencianista, que optimizaba mejor su esfuerzo. El valencianismo celebró su gol al grito menor de «sí, se puede».

Los minutos pasaban y el Barça no reaccionaba pese al ánimo con que Piqué lo intentaba. Todo lo contrario, Marcelino tenía que pedir calma a sus jugadores, muy excitados. Pero lo que llegó no fue la calma sino una carrera de Carlos Soler por la banda, que Rodrigo de cabeza convirtió en el segundo gol de su equipo. El Barcelona estaba mentalmente como en Roma y en Liverpool, y no era el resultado sino la actitud, y el ánimo, lo que alejaba cualquier sensación de remontada. Euforia en las gradas valencianistas, mustia languidez entre los aficionados culés, que parecieron tan abatidos como su equipo hasta en los escasos –y contestados por la propia afición barcelonista– gritos de independencia en el minuto 17:14.

Sin alma

El Valencia estaba seguro en su defensa, pero igualmente el Barça no le hacía daño. Era mi equipo la viva imagen de la impotencia, del querer alzarse y tropezar consigo mismo. El problema no era tanto el qué sino el cómo, porque los partidos, y las finales, pueden perderse, pero no como en Liverpool, ni como en Roma, ni como anoche en Sevilla. Messi con un par de acciones hizo sufrir al Valencia al filo del descanso, pero Jaume Doménech respondió con dos buenas paradas, la segunda a un disparo finalmente de Rakitic. Mi niña, que se había acostumbrado en esta primera temporada en que el fútbol le gusta al ganarlo todo, no entendía cómo su equipo podía desmoronarse de un modo tan inapelable. Bartomeu, con cara de cuervo en el palco, quería a toda costa mantener a Valverde, pero no podrá salvo inesperada remontada. Bartomeu, Valverde, qué esperabas. Sin carácter todo se desvanece. Nunca ganan los cobardes.

Tras el descanso la afición culé, que en el primer tiempo sólo se la oyó para silbar, acudió al rescate de su equipo, pero el Valencia continuaba con su vigor ofensivo espoleado por el también ofensivo grito de si se puede. Messi tuvo su falta y la desaprovechó, pero en el 55 una internada suya en el área, con delicadísino disparo con el exterior del pie, acabó en el palo. El Barça mostraba algo de orgullo y mi hija volvía a reconocer a su equipo. Más intensidad, aunque no llegaba el acierto. Marcelino cambió a Parejo por Kondogbia y a Gameiro por Piccini.

Piqué, puesto en las labores de delantero centro, pudo meter a equipo en la final pero chutó fuera. Pero Messi lo consiguió en la jugada siguiente y la euforia en la grada cambió de bando. El miedo del menor se apoderó del valencianismo y el Barça volvió a ser el Barça aunque sólo fuera porque volvió a competir. Su afición se dedicó por primera vez a emitir sonidos distintos del silbido, y el Barcelona empezó su bombardeo compulsivo sobre la portería de Doménech, con más voluntarismo que acierto. Pero aunque al final disimuló con orgullo su apatía, su casi desaparición, y pudo de hecho haber empatado, el gol no llegó, y en la merecida derrota el presidente, el entrenador y el equipo quedaron bien retratados.