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Jue, Abr

OPEN DE AUSTRALIA... Un ciclón llamado Kenin empequeñece a Muguruza y la deja sin premio en Australia

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La estadounidense se levanta de un set en contra para hacerse con su primer Grand Slam, con 21 años, en una gran batalla de dos horas y cinco minutos

(ABC) Australia seguirá siendo, salvo para Rafael Nadal en 2009, un territorio maldito para los españoles. Habían sido diez finales perdidas en este escenario en el que solo el balear supo plantar la bandera: Arantxa Sánchez Vicario, en 1994 y en 1995; Conchita Martínez, en 1998, Juan Gisbert, en 1968; Andrés Gimeno, en 1969; Carlos Moyá en 1997; Nadal en 2012, 2014, 2017 y 2019. Todas dolorosas, la undécima, protagonizada por Garbiñe Muguruza, un poco más, pues la española tuvo en su mano hasta doce opciones de rotura que podrían haber cambiado la historia. Pero Sofia Kenin, puro nervio y un tenis descomunal, superó la inexperiencia a golpe de ganadores; latigazos de derecha y revés sin que asomara ni un ápice de presión por su cabeza. Una campeona de 21 años que desdibujó a Muguruza, finalista de lujo, no obstante, y con buena pinta para este 2020.

Salió Muguruza convencida de que este era su momento. Tan concentrada en su partido y en sí misma que no se permitió ni ver de reojo la Copa de campeona que figuraba la primera al salir a la pista central de Melbourne Park. Tampoco cambió el gesto en el rostro ni alzó la mano para saludar, abstraída en su propio tenis, en su camino. En el que la había llevado hasta este día, con el que todos los tenistas sueñan y para el que todos los tenistas se preparan. Pero en este 2020 suyo era el momento, suya la capacidad de levantarse de las cenizas de dos años casi en blanco y reverdecer en otro gran escenario.

Contaba con la experiencia, la edad, la veteranía, las otras tres grandes finales en sus piernas y su cabeza (Wimbledon 2015 y 2017, Roland Garros 2016, dos de ellas ganadas), pero sabía que solo eso no bastaba ante una jugadora eléctrica, rápida y sin nada que perder como Kenin, 21 años de pura adrenalina y que vestía por primera vez las galas de una final de un Grand Slam.

No se le notó la novatada. Fuerza, rabia descontrolada por momentos, cabeza, un revés mágico y mucha, mucha confianza en poder llevarse el premio final. Tenía, además, un punto a su favor: la victoria ante la española en Pekín el año pasado, cuando Muguruza decidió cortar su irregular curso. Aunque aquella fuera otra Muguruza. Pero ella también era otra Kenin.

De ahí la energía con la que saltó a la pista. Solo le habían roto el servicio en nueve ocasiones, y salvó la ocasión del décimo gracias a un revesazo tremendo que decidió el ojo de halcón. Sin embargo, la sensación, después de un juego firme de la estadounidense, era que Muguruza tenía un poco más de mordiente en los golpes. Más de siete minutos duró el tercer juego, con una segunda ocasión para la española de romper el servicio que tampoco pudo convertir porque la estadounidense optó por marear a su rival, sin demasiada velocidad ni profundidad, pero sí con cabeza.

Pero a la tercera ocasión, ganada con un resto ganador estupendo, la española gritó un “Vamos” y cerró el puño con el primer break en su poder. Un pasito por delante, y en una final tan ajustada y peleada, nada desdeñable.

La batalla, que Muguruza pretendía larga, profunda, donde más cómoda se siente, donde mejor puede elaborar los puntos, la acortó por momentos Kenin; preocupada porque la pista se hacía enorme con la variación de golpes de la española. Atacó la estadounidense, rápida en sus puntos, latigazos y puntos de fe, confiada en un gran revés paralelo que evitó un segundo break en el quinto juego. Y cuatro más, revés y saña mediante, en el siguiente turno.

Una estrategia peligrosa, que le valió, eso sí, provocar cierto desgaste mental en Muguruza, tantas oportunidades desaprovechadas, que la llevaron a debilitarse con su saque, entregado a su rival plácidamente con dos dobles faltas inoportunas.

Sin embargo, a Muguruza no se le notó la frustración. Templada y firme, manejó con sabiduría el resto, desarbolando los arreones de la estadounidense hasta horadar su fe y encontrar por fin recompensa a su esfuerzo. Una segunda rotura justo en el momento adecuado, para convertirlo con su saque, esta vez más paciente y confiada, en el primer set a su favor.

Grito al cielo techado de la Rod Laver Arena de Muguruza, desatada cierta presión en ese “Vamos” después de siete bolas de break desaprovechadas.

Un ciclón

Kenin, raqueta al suelo y paso por los vestuarios, inició la segunda manga con la fe como guía. La fe en sus agresivos golpes, que sacó a pasear sin miramientos. Una estrategia peligrosa, pero que le sirvió para sorprender a Muguruza, que se vio sin argumentos para defenderse y contraatacar ante la velocidad de tiros de su rival.

Fue un ciclón Kenin, todo furia y agresividad. Cada golpe era una amenaza. Y le salió bien, con una rotura temprana que la situó 4-1 en un abrir y cerrar de ojos contra una Muguruza que comenzó a desdibujarse sin encontrar el modo de recuperar los puntos largos y meditados. Antes al contrario, lo que había salido de maravilla en el primer set se convirtió en derechas demasiado largas y reveses que no encontraban salida. Y en la batalla del pim, pam, pum, Kenin se hizo enorme. Segundo break a su favor para llevarse el segundo set al resto.

Resopló Muguruza en el tercer juego. En medio de un vendaval llamado Kenin, puro nervio que hasta se enfadaba en sus buenos puntos, y que no dejó de atosigar a la española en ningún momento. Lo había avisado en la previa: «Si la gente quiere ganarme, tendrá que ganarme de verdad porque voy a estar ahí luchando hasta el final». Y así, con una batalla que aumentó en decibelios, los que salían de su garganta en cada punto, empequeñeció a Muguruza, incapaz de recuperar el camino de la paciencia y el sosiego, delatado su bajón en ceños fruncidos y andares más pesarosos.

Pocos recursos tenía la española, sufriendo incluso en sus turnos de saque con su segundo servicio. Se armó de valor, grito al cielo cuando logró su sexto saque directo, para intentar recuperar el protagonismo. Pero Kenin aguantó la presión de otras tres bolas de break como si este escenario y este partido fueran suyos todos los días. La que no pudo sortear Muguruza con 2-5 y su propio servicio, temblón y sin la rapidez necesaria para encontrar después respuesta a los fantásticos restos que soltó la estadounidense. Y en esa presión cayó Muguruza, entregado el primer break con un