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Mar, Abr

CORONAVIRUS... ¿Qué es lo que pasa cuando se apaga el fútbol?

Deportes
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La crisis del coronavirus ha arrasado con todo, también con el deporte. Aficionados, árbitros o periodistas encuentran un vacío con el que hasta la fecha no habían tenido que lidiar

(ABC) Lo normal, cuando todo esto aún lo era, consistía en que la semana fuese un trayecto hacia la salvación. En ella había piedras, alguna que otra espina y, de cuando en cuando, un oasis llamado Champions, Copa o jornada intersemanal que, si había suerte, revitalizan tanto como un helado en pleno agosto. Para los más avezados, incluso un España-Luxemburgo hacía buena la espera hasta el próximo domingo en que tocase acudir al estadio.

Lo normal ahora, y a ver hasta cuándo, será que el ciudadano medio contemple a quienes se hunden en ese tedio que supone una vida sin fútbol como una pléyade de inconscientes, pues tienen la suerte de poder poner todas las fichas de su sinvivir al rojo de la cuarentena de balón. Pero si se rasca un poco, más allá del tópico y la simplificación al absurdo, ocurre lo que tantas otras veces: las razones son tan distintas como quienes las juzgan. Y se alcanza a entender que ahora, en tiempos como los que toca vivir, haya quien eche en falta esa medicina que durante toda su vida le había servido para esquivar los males de la tormenta.

Pongamos por ejemplo a Isaac García, un hombre que está a punto de ser condecorado por el Atlético como socio de oro, 50 años de carnet a sus espaldas, 40 como presidente de la Peña Atlética Las Ventas. Dice, resignado, que se ha quedado «sin su rutina, su costumbre, algo que se ha terminado convirtiendo en una obligación». El Atlético de Madrid era su asidero al día a día desde que la memoria empezó a hacerse un sitio en su cabeza. «Nos corta la ilusión que teníamos tras ganar en Anfield. Cuando vuelva el fútbol, ya se nos habrá extinguido la furia», explica, por más que sea consciente de que es algo que tocaba hacer «cuanto antes». Encima, tendrá que cerrar el bar en el que se aloja la peña, donde su cuadrilla se reunía para echar la partida y pasar los fines de semana viendo fútbol.

Vía de ingresos

El relato podría pecar por banal, marginado el deporte a la esquina de lo prescindible ahora que toca arrimar el hombro para superar una situación inédita. Algo tan lógico como entendible es la postura de quienes nunca se habían parado a temer una vida sin la pelota de por medio. En algunos casos, ni siquiera es un tema de filias: es un medio de vida. Álvaro Muñoz es árbitro de fútbol base en la Comunidad de Madrid y también entrena a un equipo de niños. Tiene 18 años, y desde hace dos llena la cartera gracias al fútbol. Ahora le tocará hacer piruetas para no verla vacía. «Es un desmadre total», lamenta, con la atención puesta también en todos aquellos que recorren los campos madrileños por afición pero también por la necesidad de tener otra vía de ingresos.

Su caso es extensible a muchos otros en situaciones más delicadas. Van desde los empleados que trabajan en los estadios cuando hay partido y que cobran por servicio prestado a los comentaristas de la televisión y la radio que lo hacen por retransmisión. En este último grupo encaja Alberto Edjogo, analista de la tele. «He dejado de trabajar de manera remunerada, han recortado en colaboradores. Es un poco palo, ahora que llegaba la parte buena de la temporada», reflexiona. Para él, uno de los rostros habituales de la televisión los fines de semana, los ingresos habían pasado a ser casi «algo fijo». Dice que ahora se plantea otras cosas, como volver al mundo de la consultoría, donde trabajaba antes de dar el salto al empleo catódico. «Estás muy expuesto a decisiones que no dependen de ti. Lo mejor es no poner todas las manzanas en la misma cesta —ha escrito el libro «Indomable» (Panenka) y tiene un canal de Youtube—. Tengo familia, hipoteca... Va a ser un mes crudo», concluye.

 

Tiempo para otras cosas

 

Colega suyo es Julio Maldonado, más conocido como Maldini, uno de los mayores expertos en fútbol internacional del país. Por suerte para él, sus contratos son más benévolos que los de muchos compañeros. Aunque la afición aprieta lo suyo. «Me tocará estar con la familia y ver partidos grabados, porque esto es un aprendizaje constante. Pero evidentemente no me viene bien, yo quiero que haya fútbol», apunta. Dejará de comentar partidos, pero seguirá activo en la radio. También aprovecha para trabajar en su canal de Youtube y compartir partidos míticos en Twitter. «Hay que ayudar a la gente a que sea más feliz. Por un lado hay que matar al bicho del coronavirus, pero por otro hay que alimentar al bicho futbolero», bromea. Admite que llegarán los momentos de aburrimiento. Entretanto devora la serie «No te puedes esconder».

David Caballos, como al resto de aficionados, la vida no le va en ello. Y cuesta decirlo, porque la suya, médico, tiene al Real Madrid en el eje de todo lo demás. Es socio desde 1987, cuando terminó octavo de EGB y sus padres le regalaron el carnet, lleva 200 desplazamientos siguiendo al equipo y planifica sus guardias en función de cuando juegue. «Parece banal, pero yo, si no estoy en el Bernabéu, el fin de semana estoy fuera. Ahora me siento medio aburrido, medio nervioso», cuenta. Para él, es una suerte de terapia: «Aparte de una pasión, es una forma de evasión». Tenía un billete para ir a Mánchester al partido de vuelta contra el City, aunque, como lo veía bastante negro, tampoco monta un drama.

Es el consuelo que les queda a muchos otros madridistas, caso de Nabil Alturek, presidente de la Peña Capote y Montera, que lo asume como un final de temporada. «Tal como estaba el Madrid, me da exactamente igual», asevera, al tiempo que le asoma la vena más forofa: «Si encima me dices que suspenden la Liga y los culés se quedan sin ella, me descojono». Con todo, hay tiempo para la mesura. «El fútbol ahora mismo no es ni secundario para mí», asume, preocupado por la agencia de viajes que tiene. ¿Y él, que es abonado desde 1997, no cree que quizá los clubes deberían reembolsar parte de lo pagado a sus socios? «Hay muchos que luego se dan golpes de madridismo en el pecho, pero si piden esto no se dan cuenta de que que es muchísima pasta para el club, casi dos millones de euros», cuestiona.

Para Nabil, para tantos otros, con el fútbol no se juega. Incluso ahora.