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Mar, Abr

El Madrid se impone en el nuevo sopor

Deportes
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RESUMEN Y GOLES DEL REAL MADRID 3 - EIBAR 1....Los de Zidane resolvieron el partido en una buena primera parte

(ABC) Vamos a volver a sobreanalizar algo que se ha convenido que sea fútbol. Lo haremos, se diga o no, sin mucho convencimiento, por estricta profesionalidad.

Empecemos por donde solíamos: el once de Zidane nos devolvía a mucho antes del coronavirus. Era su once clásico, otra vez. Como si la realidad hubiese conspirado a través de formas apocalípticas en favor de la tozudez paranormal de Zidane.

Estaba Hazard, pero ahora, después de tres meses... todos eran Hazard.

El partido no tuvo historia porque en el minuto 3 ya marcó el Madrid con un chut perfecto de Kroos desde su esquina favorita, tan bueno era que parecía que hubiera pasado todo este tiempo pensando ese toque.

El Eibar planteó una irreprochable combinación de presión y ocupación de la media, pero no tuvo mucho efecto. Mendilibar jaleaba a sus jugadores como un flamenco y cuando ligaban tres toques algo rítmico y racial parecía arrancarse, pero fueron pocas las veces en que lo consiguieron.

El Madrid se adaptó mejor a la enajenación general del nuevo fútbol. Quizás no vuelve el fútbol, sino solo la conversación. Vuelve una conversación posible entre españoles (de ahí la importancia política de esto).

Siendo poco navegable el centro, el Madrid intentó algunos balones largos que fueron como estiramientos, oxigenaciones del juego. A Hazard se le veía hábil, huidizo.

En el minuto 30 llegó el segundo gol. Ramos robó, disruptivo y toreril, y se fue al ataque pero no como Beckenbauer se iría, sino como un potente Box to Box; tras una cierta prestidigitación de Benzema, Hazard se la devolvió a Ramos que ya como delantero remató a puerta vacía. Fue un golazo.

En los gestos de Ramos se notaba, y el gol era la prueba, una diferencia enorme con el resto, como cuando se ve jugar un partido de juveniles y hay uno que va para crack.

El Madrid no notaba mucho la ausencia de su público. No recibía la emoción del Bernabéu (muy esporádica y concentrada), y a cambio perdía la característica atmósfera de sospecha, tedio y susceptibilidad.

En esa burbuja aséptica llegó el tercero. Marcelo remató con un buen chut exterior un balón suelto tras la escaramuza previa de Hazard, que había intervenido en los tres goles. Además revivió su sociedad con Benzema. En esas asociaciones, la inteligencia de Benzema siempre parece que parasita un poco al otro.

El Eibar lo intentó, pero Casemiro parecía inmenso y desproporcionado en el Alfredo Di Stéfano.

El Madrid había marcado casi en cada llegada, dando una imagen de gran facilidad. Se veía más clara su mayor calidad, como si la pérdida de todos los elementos ambientales del fútbol hubiesen desnudado más claramente las diferencias reales entre los dos equipos. En esa atmófera de pachanga y privacidad, el Madrid brillaba como si hubiera quedado en Valdebebas a grabar un anuncio.

Parecía que el fútbol, despresurizado, se le ponía en bandeja al Madrid, pero en la segunda parte volvió a jugar horriblemente. Se fue, sus jugadores se fueron a ese limbo que solo ellos conocen, esa especie de reservado VIP mental, y el Eibar, que corría el riesgo de ser apalizado, se metió lo justo en el partido.

Contribuyeron los muchos cambios. En las segundas partes, los partidos ahora se convierten en algo parecido al balonmano o al baloncesto. Se pierde toda la continuidad del fútbol: sustituciones, VAR, pausas de hidratación...

Mendilíbar, arrojado, metió de una tres nuevos jugadores mientras el Madrid se reblandece. Hubo un gran tiro de Edu Espósito y un palo, antecedentes del 3-1 en el minuto 60: Bigas en carambola tras un rechace. Se consultó al Var, hicieron un cambio triple antes, un cambio triple después, y cuando volvió el partido ya parecía otro.

Marcelo se quejó de unas molestias. Ingirió algún suplemento, pidió aire. Parecía un soponcio. El cansancio, la postemporada, la inactividad o la edad. Cómo sería el partido que un Marcelo así siguió en el campo.

El Madrid volvía a ser algo fantasmal, desdibujado y sin mediocampo. Sus jugadores tenían la cabeza en alguna galaxia muy lejana donde quizás Elon Musk lleve un arca de Noé con lo más selecto de la humanidad, en la que estarán ellos, por supuesto.

Cuando el partido parecía querer ser algo, luchaba por recordarnos algo, llegó la pausa de hidratación con chapa táctica adicional. Espectáculo injustificable.

Fueron entrando personas al partido como si eso fuera un ambulatorio.

Si los jugadores se cansan, si no lo soportan, una opción hubiera sido jugar más lento, “socratizar” el fútbol, hacerlo meridional. En su lugar, lo han convertido en un experimento veraniego, como esos triangulares que se juegan en Chicago.

Entre tanta extrañeza, algo reconocible: la zidanada. Valverde, que era el mejor antes de la Covid, entró en el minuto 83. Aún le dio tiempo a mejorar al equipo, que cogió aire y posición. Así acabó sin más el partido, para el bien de todos, incluido Mendilibar, por mucho que él siguiera dando instrucciones y más instrucciones.

Eso es lo único que se percibe en este fútbol: la proyección mental histerizante de los entrenadores desgañitados.