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Vie, Abr

Ponce, cogido al entrar a matar al primer toro en El Puerto

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Corta una oreja, al igual que Morante, que hizo una faena memorable, y Aguado

(ABC) Una emoción contenida hasta las ocho en punto de la tarde se desató en El Puerto de Santa María. Todas se desbocaron, las del corazón y las de la razón. Sobraban los motivos. Era 6 de agosto, la fecha herrada con el fuego de la pasión en el calendario de la tauromaquia. El acontecimiento de la temporada se celebraba en una Plaza Real, como se recalcó por megafonía entre aplausos y vivas al Rey. A los Reyes, a Don Felipe y a Don Juan Carlos, a quien recordaban en los palcos por su inquebrantable apoyo a la Fiesta de los toros. La Fiesta de todos. Las notas del Himno Nacional treparon por la ciudad de los Cien Palacios. La gente, en pie. Las lágrimas nublaban algunos ojos. El llanto asomó en el minuto de silencio por las víctimas del Covid-19, con un toque de oración en homenaje a los caídos. Son muchos los que se fueron antes de que saliera el sexto toro de su vida, tan cruel a veces. Aquella música callada se rompió con un mayúsculo «¡viva el Rey!» de una garganta del tendido alto. A coro respondió la parroquia con un «¡viva!», seguido de una voz que advertía: «Póngase la mascarilla a la altura de la nariz, fumen solo lo imprescindible».

Susto de Ponce

Tras los consejos, apareció el primero, «Rompeolas», una pintura creada para embestir. Y así lo hizo en esas verónicas en las que Enrique Ponce ganó terreno con prestancia. Hizo una faena de las suyas, con la elegancia y el temple de su sello. Hubo un cambio de mano que enamoró, y no solo a la A que dibuja en las arenas. Con el levante incordiando cada vez más, continuó con muletazos con relajo y no pocos enganchones. Faltó limpieza por el viento, pero hubo instantes que encandilaron. Y de los aplausos al susto: pinchó en el primer encuentro y, en el segundo, al enterrar la estocada, «Rompeolas» lo prendió por el brazo, lo acunó unos segundos y lo lanzó al ruedo. Con Ponce inmóvil, afortunadamente el toro no hizo por él y no hubo consecuencias que lamentar. El maestro de Chiva saludó una gran ovación y estrechó luego su mano con la de Ana Soria, con el corazón aún encogido en una barrera.

La torería de un genio

Morante de la Puebla recibió con verónicas deliciosas al segundo. Qué manera de torear por la madre de todas las madres capoteras. El sevillano, mucho más fino, esculpió derechazos de mucho valor y una torería descomunal. Como ese recorte de raíces gallistas, tan genial. Bendita naturalidad para lamer heridas recientes, como las de Juan, sin su compañero de localidad por la pandemia. Todas las penas se ahogaron en ese océano de ayudados por alto donde habita la inmensidad. Morante, con un trapo rojo, abría las puertas a ese mar que cantaba Alberti con palabras. Se tiró a matar de verdad y cortó una oreja de ley.

Perlas de Aguado

Tras el triunfo morantista, Pablo Aguado salió espoleado en el tercero, un toro al que se le adivinó desde el inicio su boyante condición y al que Iván García majó dos señoriales pares de banderillas. Aguado, acompañando la embestida de modo angelical, esperando al bravo, dejó gotas que eran perlas, de una en una. Todo muy despacito, aunque sin esa rotundidad de partir la pana. Lo mejor llegaría al natural: con los pies juntos, echó los vuelos y dibujó carteles de categoría. Los tendidos enloquecieron con la gran revelación de la temporada pasada y, pese al pinchazo, cortó un trofeo con mucha fuerza.

Se frenó en el capote el jabonero sucio cuarto, que echaba las manitas por delante. Con una técnica prodigiosa, Ponce metió en vereda la rebrincada embestida, llevándolo siempre muy empapado de muleta. El valenciano, en su estado puro al son del concierto de Aranjuez y con una escenografía que entusiasmó, desempolvó sus ya clásicas poncinas y remató con parte de la afición en pie. Paseó un trofeo en una vuelta al ruedo apoteósica. Y hasta se detuvo bajo la pancarta en la que se leía «Peña taurina Ana Soria. Viva Morante».

Sin noticias de la casta

Con una larga quiso saludar Morante al quinto, que no incitaba a la esperanza, tanto que el descastado animal se echó antes de que el matador se perfilara. No merecía la mágica tarde un capítulo así. Tampoco hubo noticias de la casta en el sexto, en el que la ilusión por ver a Aguado se evaporó en cuanto el basto toro cantó su mansa gallina.

Un sentimiento de decepción inundó entonces la Plaza Real, aunque en el recuerdo quedaba una faena inolvidable de Morante. Y «el deber cumplido» de un empresario, Garzón, que plasmó el cartel de mayor expectación del verano. En la anochecida aún sonaba el eco de esa íntima y espontánea ovación por el Rey de España, por el Rey de los toreros –en el centenario de Joselito– y por todos los caídos en ese valle de lágrimas de una pandemia global.

PLAZA REAL DEl PUERTO DE SANTA MARÍA. Jueves, 6 de agosto de 2020. Lleno de «No hay billetes» con el medio aforo de la «nueva normalidad». Toros de Juan Pedro Domecq, de parejas hechuras y juego desigual dentro de la nobleza y la justa casta; destacó el 3º.

ENRIQUE PONCE, de rosa palo y oro. Pinchazo y estocada (saludos). En el cuarto, estocada corta defectuosa (oreja con petición de otra).

MORANTE DE LA PUEBLA, de caña y azabache. Estocada (oreja). En el quinto, estocada corta trasera y tendida y descabello (saludos desde el burladero).

PABLO AGUADO, de azul cobalto y oro. Pinchazo y estocada (oreja). En el sexto, estocada tendida (palmas).