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Mar, Abr

Latinoamérica completará su ciclo electoral en 2019 con más populismo

Política
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Lo que sobre todo se dio en 2018 fue un deslizamiento hacia el populismo (el mexicano Andrés Manuel López Obrador y el brasileño Jair Bolsonaro son claros ejemplos) y lo que habrá en 2019, al margen de vaivenes ideológicos aún difíciles de predecir, será una intensificación en la misma dirección.

 

Riesgo de que la región se sume a la ola «iliberal» internacional saltándose la etapa previa de consolidación democrática Seis países latinoamericanos tendrán en 2019 elecciones presidenciales, en su mayoría acompañadas de legislativas y en algunos casos también de regionales y/o municipales. Se trata de El Salvador, Panamá, Guatemala, Argentina, Uruguay y Bolivia, por ese orden.

Junto a las seis presidenciales de 2018 (en Costa Rica, Paraguay, Venezuela, Colombia, México y Brasil), en estos dos años habrá habido elecciones en dos tercios de los países de la región.

Si al comienzo del ciclo electoral 2018-2019 la izquierda latinoamericana esperaba corregir el giro continental hacia la derecha registrado en 2016-2017, lo cierto es que el año pasado no hubo en el sumando final cambios sustanciales: en sus elecciones, México giró a la izquierda, pero Brasil lo hizo a la derecha (y si en Colombia se reforzó la línea conservadora, en Costa Rica lo hizo la progresista).

Lo que sobre todo se dio en 2018 fue un deslizamiento hacia el populismo (el mexicano Andrés Manuel López Obrador y el brasileño Jair Bolsonaro son claros ejemplos) y lo que habrá en 2019, al margen de vaivenes ideológicos aún difíciles de predecir, será una intensificación en la misma dirección.

Así, en El Salvador la ex guerrilla del FMLN puede ser apartada del poder, pero a quien de momento sitúan primero las encuestas es a Nayib Bukele, el candidato que más aplica la receta populista. En Guatemala, Jimmy Morales ha contribuido a lesionar los límites entre los poderes del Estado, creando un entorno de difícil recuperación institucional. En Argentina, un eventual regreso del peronismo a la Casa Rosada sería probablemente también mediante un populismo que se había dado por superado. En Bolivia, la mera candidatura de Evo Morales, contraria a la Constitución, indica que ese país seguirá hundiendo en el autoritarismo.

Los populistas ya no son una anomalía

Si creíamos que, superado el atractivo electoral del bolivarianismo, los países que habían iniciado sendas «iliberales» volverían al cauce democrático, de forma que la progresión general hacia más democracia continuaría siendo lo normal en la región, nos equivocamos. Tras los procesos democratizadores de la década de 1990 en Latinoamérica, los mismos de Chávez, Ortega, Correa, Morales y Kirchner pudieron percibirse como una anomalía extemporánea. En el fondo fueron la avanzadilla de un populismo autoritario que, con los matices de cada lugar, ha ido surgiendo en muchos otros lugares del mundo.

Caben correcciones, como la que se vive en Ecuador, y posibles fines abruptos de algunos de esos regímenes, como los que algún día se producirán en Venezuela y Nicaragua, pero tristemente valores democráticos como el contrapeso de poderes, el respeto de las distintas esferas institucionales y la transparencia están en declive en la región.

En ocasiones se ha dicho que, en el orden económico y demográfico, Latinoamérica corre el riesgo de que sus habitantes envejezcan (con la carga financiera que para el Estado supone la población dependiente) sin haber llegado a ser una sociedad rica, saltándose la etapa de desarrollo vivida en Europa, Estados Unidos y algunos países asiáticos. Si en el orden político, a nivel mundial, estamos entrando una etapa de populismos autoritarios, podríamos decir que Latinoamérica, con sus contadas excepciones, corre el riesgo de llegar a ese estadio sin haber experimentado una era de democracia consolidada.

Presidenciales centroamericanas

Las primeras elecciones presidenciales de 2019 tendrán lugar en Centroamérica: en El Salvador serán el 3 de febrero, en Panamá el 5 de mayo y en Guatemala el 16 de junio. En el caso de El Salvador y de Guatemala hay la posibilidad de una segunda vuelta; además, en este último país y en Panamá habrá elecciones legislativas y locales junto a las presidenciales.

En El Salvador todo indica que, tras diez años en la presidencia, el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) pasará a la oposición. No obstante, la derecha tradicional, el partido ARENA, que gobernó desde poco antes de terminada la guerra civil en 1992 hasta ceder el testigo al FMLN en 2009, podría verse superada por el populista Nayib Bukele. Este se ha hecho con la candidatura de GANA, una escisión de ARENA, después de haber sido alcalde de San Salvador (2015-2018) con apoyo del FMLN.

En Panamá, país donde no es posible la reelección presidencial consecutiva, la pugna está entre los candidatos de los dos particos tradicionales –el Partido Panameñista, del actual presidente, Juan Carlos Varela (2014-2019), y el Partido Revolucionario Democrático– y de Cambio Democrático, partido creado por Ricardo Martinelli (2009-2014), en prisión por corrupción. El voto de protesta contra los manejos de Martinelli dieron el poder a Varela y ahora algunas encuestas ponen en primer lugar de la carrera electoral al PRD.

De los países centroamericanos, Guatemala es donde los partidos políticos tienen menos institucionalización, de forma que no existen estructuras partidarias permanentes y cada candidato construye sus propias plataformas. Eso explica que el cómico Jimmy Morales (2016-2019) pudiera llegar a la presidencia, por el rechazo ciudadano a la corrupción de Otto Pérez Molina, obligado a dimitir en 2015, y que ahora cualquier alternativa sea también posible como protesta por la presunta corrupción de Morales (que no vuelve a ser candidato porque en Guatemala está prohibida la reelección) y sus trabas a una investigación por parte de la CICIG, comisión de la ONU que opera en el país.

Elecciones junto al Río de la Plata

Argentina y Uruguay tendrán las presidenciales el mismo día, el 27 de octubre (con una segunda vuelta un mes después, si es necesaria), cuando también tendrán lugar las legislativas. Previamente, en ambos países se celebrarán elecciones nacionales primarias, el 30 de junio en el caso uruguayo y el 11 de agosto en el caso argentino.

En Argentina, los malos datos económicos del gobierno de Mauricio Macri dificultan sus perspectivas de reelección. Si bien 2018 tenía que haber sido un año de remontada económica respecto a la mala situación en que el kirchnerismo dejó al país, una contracción económica cercana al 2%, una inflación que ronda el 50% y el rescate de 57.000 millones de dólares solicitado al FMI hablan de una gestión deficiente que puede verse castigada en las urnas. No está claro, sin embargo, que el peronismo tenga fuerza para el recambio, especialmente si se presenta dividido, como de momento parece ante el posible intento de Cristiana Fernández de Kirchner de volver a optar a la presidencia.

En Uruguay, el Frente Amplio aún busca sustituto a los liderazgos de los presidentes José Mujica (2010-2015) y Tabaré Vázquez (2005-2010, 2015-2020). Las encuestas detectan un cierto cansancio de la creciente clase media uruguaya hacia el partido de izquierdas que ha dirigido la evolución del país en los últimos quince años, pero por ahora no se dibuja una clara alternativa.

Batalla en el altiplano

Las presidenciales de Bolivia, junto con las legislativas, serán en octubre (aún no hay fecha determinada), y a ellas vuelve a presentarse Evo Morales, que es presidente desde 2006 y cuya reelección está prohibida por la Constitución. Si bien un referéndum en 2016 denegó el cambio constitucional que buscaba Morales, el Tribunal Supremo Electoral, dominado por el presidente, determinó hace un mes que concurrir a unas elecciones es un derecho humano fundamental que no puede negarse (a pesar de que eso ocurre en multitud de países).

La candidatura alternativa del expresidente Carlos Mesa (2003-2005), que en las encuestas aparece próximo a Morales, ha llevado a parte de la oposición a admitir la nueva postulación de este, sin tener en cuenta el riesgo de que un fraude electoral consolide un régimen autoritario.