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Mar, Abr

Los niños de la guerra, una generación rota

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25 ANIVERSARIO DEL FINAL DE LA GUERRA DE BOSNIA... Murieron casi cien mil personas, civiles y militares.Y 1,8 millones se vieron obligadas a desplazarse

Por: Fermín J. Urbiola

 

(ABC) .- Hace 25 años que terminó la guerra de Bosnia, donde trabajé como corresponsal. Bosnia se detuvo en su invierno más negro durante más de mil días. El ruido de los bombardeos, el relámpago lejano de los francotiradores y el color de la sangre ensombrecieron cualquier otra manifestación de la naturaleza. Incluso en verano se quedaban congelados hasta los huesos.

Murieron casi cien mil personas, civiles y militares. Y 1,8 millones se vieron obligadas a desplazarse. Las causas de esta guerra fueron muy diversas, como suele suceder. Desde la exaltación nacionalista a una combinación de crisis políticas, sociales y religiosas. En Bosnia, los políticos agitaron a sus conciudadanos. No trabajaron por la unión de su pueblo.

 

Alexis, huérfano, me lo contó, mientras pisábamos la misma tierra en la que estaban incrustadas las lápidas de su madre, Nedjeljka; de su padre, Petar; de su tío Srecko, de su abuelo Zeljko, de su vecino Kristtijan, de su compañero de colegio Matija… Todos vivían en el mismo edificio. Todos murieron. Sólo rescataron vivos de aquel edificio de piedra a una vecina octogenaria, Josipa, y a él.

Recuerdo la voz de Alexis. Hablaba con un tono demasiado grave para su edad. Un tono, quizás, repentinamente envejecido. Y rescato algunas de sus frases de mi cuaderno de hojas de color indeterminado, manchadas de tierra, copiadas con letra grande y desgarbada a medida que me iba traduciendo Zrinko, el intérprete que me acompañaba las 24 horas del día:

«Éramos musulmanes, cristianos… Todos nos llevábamos muy bien. Hasta que los políticos decidieron que nos teníamos que odiar»

«Todos los vecinos nos llevábamos muy bien. Todos. Mi madre era muy buena cocinera (llora). Le gustaba prepararnos algunos postres en el horno. Y cuando faltaba el azúcar, íbamos a pedírsela a cualquier vecino de arriba o de abajo, daba igual. Éramos musulmanes, cristianos… Todos nos llevábamos muy bien. Hasta que los políticos decidieron que nos teníamos que odiar. Y lo consiguieron. Sin darnos cuenta, comenzamos a distanciarnos entre nosotros, incluso entre familiares, por ideas políticas, religiosas… Y terminamos matándonos (llora). A mí ya no me queda nadie de mi familia. Me he quedado solo, solo (llora)».

 

La historia nos enseña que si los políticos no son dialogantes, prudentes, honestos y no se esfuerzan por unir a sus conciudadanos, la convivencia se deteriora y puede acabar en tragedia.

 

El sufrimiento de los vivos

 

La tragedia son los muertos. Y el sufrimiento de los vivos que quedan. Y las ciudades destruidas. Como aquel puente de Mostar, el Puente Viejo (Stari Most), que era el monumento más emblemático de la antigua Yugoslavia, símbolo de la época Otomana. Después de cuatro siglos resistiendo los embates de la naturaleza, la guerra terminó con él. Voló a las diez y cuarto de la mañana del 9 de noviembre de 1993. Slobodan Praljak, comandante del Consejo Croata de Defensa, dio la orden de su hundimiento.

 

El comandante terminó suicidándose 14 años después con cianuro de potasio ante el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, que le declaró culpable de «desplazamientos forzosos de la población, asesinatos, saqueo de propiedades, trabajos forzosos para los detenidos y expulsión de sus tierras una vez liberados». Y le condenó a 20 años de prisión.

 

Aquel invierno de tres años en Bosnia dejó muchos niños huérfanos. Los niños de la guerra que engendran todas las guerras. Unos, con amputaciones físicas impresionantes. Otros, con enormes heridas en el alma tan visibles en sus sonrisas tristes.

Los niños lo absorben todo. Se fabricaban sus propios juguetes: metralletas, pistolas… Y jugaban a lo que veían, a matar.