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Mar, Abr

BALANCE ANUAL DE REPORTEROS SIN FRONTERAS

Mundo
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La pandemia no frena los asesinatos de periodistas

(ABC) Según el último balance de Reporteros Sin Fronteras, el confinamiento y las limitaciones al trabajo de los informadores no han impedido que se vuelva a registrar una alta cifra de muertos, con 50 en todo el mundo en 2020.

 

La pandemia, que ha llenado los hospitales y los cementerios y hecho trizas la economía global, también ha supuesto un golpe para los defensores de la libertad de expresión, que de nuevo tienen que llorar a los que se juegan la vida por emancipar a los ciudadanos con buenas informaciones. A pesar de las restricciones impuestas por el virus y las trabas que han significado para el reporterismo, un total de 50 periodistas han muerto en 2020, según el último Balance Anual de Reporteros Sin Fronteras (RSF), que se ha presentado hoy. Son solo tres menos que el año pasado, cuando nada dificulta la tarea de los que salen a las calles a buscar noticias y denunciar los desmanes del poder. Son, de nuevo, cifras alarmantes, como demuestra el documento, que expone con datos otras conclusiones poco halagüeñas, que invitan a la reflexión.

 

«La tendencia es inquietante. Hay menos muertos que el año pasado, pero la cifra sigue siendo desorbitada», denuncia Alfonso Armada, presidente de la Sección Española de RSF, al otro lado del teléfono. «Aunque ha habido menos coberturas, los periodistas han seguido siendo asesinados», lamenta, subrayando que las dificultades para trabajar, como los períodos de confinamiento o la amenaza para la salud que supone el virus, no se han traducido en menos víctimas. En otro informe de RSF publicado hace unos días, donde se detalla el número de periodistas arrestados y desaparecidos en el mundo -387 están en la cárcel, 54, secuestrados-, se hacía énfasis en los excesos que se han cometido contra la libertad de expresión, con el pretexto de la lucha contra la pandemia -una especie de cajón de sastre- y la aprobación de marcos legislativos especiales -como el estado de emergencia, por ejemplo- para frenar el Covid-19. En primavera, durante la primera ola, se registró un elevado número de ataques contra periodistas, sin ir más lejos.

El coraje de los periodistas locales

Lo cierto es que los datos que ha presentado hoy la organización, que de un primer vistazo se podrían leer con optimismo, son más bien desesperantes. La realidad que dibujan resulta sombría, pues ponen sobre la mesa la indefensión de los periodistas locales -las principales víctimas de los asesinatos, lo eran 49 de los 50 muertos este año- o la debilidad de los corresponsales y los enviados especiales, una figura que agoniza por la crisis económica que padecen los medios de comunicación. «Los conflictos -señala Armada- se están cubriendo peor o mediante "freelance". El periodismo más difícil está siendo el local, porque son reporteros que tienen menos defensas, trabajan para medios locales y están más expuestos. Me admira su coraje, porque saben lo que se juegan, pero siguen informando».

 

Confirmando esa tenebrosa tendencia, otra cifra invita a la inquietud: el 68 por ciento de los asesinados murieron en países que no están en guerra, pero donde la violencia -que se puede practicar desde el Estado o por parte de las mafias y grupos de poder de distinta naturaleza- está a la orden del día. Otro número para la reflexión: el 84 por ciento de las víctimas habían sido señaladas, después de publicar informaciones incómodas o investigar corruptelas de distinto grado. Su muerte fue intencionada, y no un accidente mientras hacían su trabajo. En este mapa de la infamia en 2020, la lista de países con más muertos queda así: en México, 8 periodistas fueron asesinados; en Irak, 6; en Afganistán, 5, y en Pakistán y la India, 4.

Los rostros

Como recuerda Armada, a la frialdad de los números hay que darle el calor de la carne y los rostros, la profundidad de la vida, para comprender el drama de los hechos que describen. Hace unos días, el periodista iraní Ruhollah Zam, capturado en una estrafalaria operación propia de una película de espías, fue ahoracado en Teherán, después de ser acusado de haber incitado las protestas contra el régimen de 2017. Igual que en época soviética, le obligaron a confesarse culpable de un crimen que seguramente no había cometido, en un proceso pensado para infundir miedo y callar bocas de los opositores a la República Islámica. En diciembre, la periodista afgana Malala Maiwand, una defensora de las mujeres que no se acobardaba ante el terrorismo de los fanáticos, recibió varios tiros cerca de su casa, perdiendo la vida. A principios de septiembre, el reportero Julio Valdivia, que cubría sucesos en el estado de Veracruz, México, apareció decapitado. En este país de centro américa, el narcotráfico, que ha penetrado en las instituciones y debilitado el Estado hasta ponerlo en jaque de manera permanente, suele ser el responsable de las muertes.

Con su desenlace trágico, los casos de Zam, Maiwand y Valdivia pasan a integrar la lista de los 937 periodistas asesinados en los últimos diez años, según los datos de RSF. El auge la retórica populista y su ensañamiento con la prensa, la propaganda sobre las presuntas virtudes del autoritarismo chino y la crisis del modelo de negocio de los medios de comunicación, que los sumerge en la precariedad y los debilita, permanecerán en el horizonte de las luchas de la organización.

«A pesar de que muchos periodistas son asesinados por hacer su trabajo, otros toman el relevo. Periodistas dispuestos a denunciar a los grupos que extorsionan y convertirse en voz de las personas que no tienen palabra», afirmaba hoy Armada, durante la presentación del balance. Como demuestra el paso del tiempo, el periodismo sobrevive, a pesar del hostigamiento de sus perseguidores.