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Jue, Abr

La presidencia de Biden, con el rumbo perdido un año después de su elección

Mundo
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El frente común de los demócratas contra Trump hace un año propició la victoria de Biden en las presidenciales y el control de las dos cámaras del Congreso

 

(ABC).-La del 3 de noviembre del año pasado fue una noche electoral que duró casi cuatro días. La utilización abundante del voto por correo, la igualdad entre Joe Biden y Donald Trump en varios estados y el desastre organizativo que lastra -de forma paradójica- a la democracia más establecida del mundo, no permitieron conocer el ganador hasta un sábado por la mañana, Los estadounidenses habían ido a votar, como siempre, un martes.

Ganó Biden y parte de EE.UU. y del mundo respiró. El candidato demócrata prometió salvar «el alma de América», dejar atrás las turbulencias de Trump, coger el timón de un país atrapado en la crisis sanitaria y económica de la pandemia, reconducir las relaciones con los socios internacionales y sofocar la polarización extrema que descose al país.

 

Biden, sin embargo, lleva diez meses a los mandos y el rumbo de su presidencia está perdido. Es probable que ni siquiera los más críticos con el veterano político, que este mes cumplirá 79 años, predijeran que la Casa Blanca de Biden hiciera aguas por tantos frentes: pandemia de Covid-19, bloqueo de su agenda legislativa en el Congreso, aumento de la violencia, niveles récord de entrada de inmigrantes indocumentados, el fiasco de la salida de Afganistán…

 

La acumulación de problemas ha hundido a Biden en las encuestas. Su presidencia arrancó con buenos números de aprobación, con la aprobación de un nuevo plan de rescate en el Congreso, con el despliegue de planes ambiciosos de gasto socioeconómico y en infraestructuras, el regreso de EE.UU. a una política convencional en materia exterior -buenas palabras con sus aliados tradicionales, reingreso en la OMS y en el Acuerdo de París- pero sin cambiar la agresividad de Trump con China y, sobre todo, el desarrollo de una campaña de vacunación que dejaría atrás la pandemia. Su aprobación estaba siempre por encima del 50% y con picos del 55%, según el acumulado de encuestas de FiveThirtyEight.

 

Incumplir objetivos

Pasaron los primeros seis meses en la Casa Blanca y las cosas comenzaron a torcerse. Pronto se vio que el gasto faraónico que Biden quería que aprobara el Congreso -en los planes iniciales, unos seis billones de dólares entre gasto social, clima e infraestructuras- se frenaba por la oposición en bloque de los republicanos y la deserción de algunos moderados demócratas. Al mismo tiempo, Biden incumplía sus propios objetivos de vacunación, con buena parte de la ciudadanía -sobre todo, en la base electoral más leal a Trump- opuesta a la vacunación: su promesa de que habría un 70% de inmunizados y que se podría celebrar la festividad del 4 de julio con total normalidad quedó incumplida.

 

La situación solo empeoró con la llegada de la variante Delta, que devolvió a EE.UU. a niveles de contagios y hospitalizaciones del invierno. La Administración Biden empezaba a proyectar una sensación de incapacidad e ineficiencia, que solo se multiplicó con la evacuación caótica y trágica de Kabul. Aquel capítulo deterioró la confianza de sus socios tradicionales -como la Unión Europea- con Washington, que ya venía tocada por el mantenimiento de pugnas comerciales nacidas con Trump y que se redobló con episodios como el acuerdo Aukus con Reino Unido y Australia, que marginó a Francia.

 

A finales de agosto, cuando Washington se esforzaba en sacar estadounidenses de Afganistán, cuando ya era obvio que decenas de miles de aliados afganos se quedarían en tierra, y con el Covid disparado, ya había más estadounidenses que suspendían a Biden que los que le aprobaban. La prensa, incluso la menos feroz con el presidente, se llenaba de tribunas y columnas críticas con Biden. ‘A punto de otra presidencia fracasada’, rezaba un titular de ‘The New York Times’. “Biden se enfrenta a una crisis de competencia”, advertía la CNN.

 

'Verano cruel' de Biden

 

El ‘verano cruel’ de Biden, como lo calificaron algunos comentaristas, ya acabó. El drama de Afganistán desapareció de las portadas y desde comienzos de septiembre la incidencia de covid ha mejorado mucho. Pero los índices de aprobación de Biden siguen en caída. En octubre, solo el 42% de los estadounidenses aprobaba la gestión de Biden, según la encuesta de Gallup. Con la excepción de Trump -el presidente con peores números-, es el índice más bajo en este momento de una presidencia desde que la encuestadora mide el dato desde mediados del siglo XX.

No solo se entiende por el hastío de la persistencia de la pandemia, por la oposición furibunda en algunos sectores a sus planes de obligar a vacunarse a decenas de millones de estadounidenses o por que todavía se sienta el efecto de las restricciones en la economía. Quizá tenga que ver con una sensación de bloqueo y desgobierno en la que está embarrada la Administración Biden. En una encuesta de la NBC de la semana pasada, el 71% de los estadounidenses aseguraban que el país no va por buen camino. Casi la mitad de los votantes demócratas tienen esa opinión, que solo puede ser un reflejo de lo que ocurre en el Congreso.

 

El frente común de los demócratas contra Trump hace un año propició la victoria de Biden en las presidenciales y el control de las dos cámaras del Congreso. Con el poder en sus manos, las grietas de los demócratas se han hecho aparentes. Las mayorías en la Cámara de Representantes y, sobre todo, en el Senado son tan exiguas que apenas se pueden permitir defecciones (en la cámara alta, ninguna) para aprobar leyes.

 

En esa situación, en lugar de impulsar una agenda reformista que contente a todos, las facciones izquierdista y moderada se han enfrentado hasta el boicot mutuo. Dos senadores moderados -Joe Manchin y Krysten Sinema- han aguado los planes de gasto de Biden y han echado por tierra reformas clave como el establecimiento de la baja de maternidad, que no está garantizada en EE.UU. La facción izquierdista, por su parte, ha impedido que se apruebe la esperada ley de infraestructuras -con apoyo incluso entre republicanos- mientras que el gasto social y climático no tenga luz verde.

En todo ello, Biden ha dado la sensación de inoperancia y de ser incapaz de cerrar esa división. Todo lo contrario que Trump, que amagó con presentarse a la reelección en 2024 y que tiene bajo su control al partido republicano. El asalto violento y trágico al Capitolio de enero de este año podría haber sido el canto del cisne del ‘trumpismo’, pero acabó por reforzar al multimillonario neoyorquino, que sacude a todo republicano -cada vez son menos- que se atreve a cuestionar sus mentiras sobre el fraude electoral en 2020.

 

Todo lo contrario que Biden, que se muestra de momento incapaz de meter en cintura a los legisladores díscolos y que no ha conseguido ninguna gran victoria legislativa que ofrecer a sus votantes. En aquella noche en Wilmington, el presidente electo prometió «sanar» y «unir» al país. Para su desgracia, la pandemia no se ha ido y ni siquiera ha sido capaz de poner de acuerdo a su propio partido. Un panorama preocupante de cara a las elecciones legislativas del año que viene, en las que los demócratas van camino de perder, al menos, el Senado.

 

Un año de reveses

 

Bloqueo legislativo. Los demócratas controlan la Casa Blanca y las dos cámaras del Congreso, pero eso ha sido insuficiente para impulsar la agenda legislativa de Biden. El presidente ha sido incapaz de cerrar la división entre los izquierdistas y moderados de su partido.

Kabul y roces con la UE. La salida con graves problemas de planificación militar de Afganistán y la evacuación caótica y trágica de Kabul provocaron la desconfianza en EE.UU. de sus socios, que solo ha crecido con otros roces estratégicos con la Unión Europea.

 

La pandemia se alarga. Biden consiguió acumular dosis de la vacuna y facilitar la inmunización a los estadounidenses, pero no ha logrado convencer a sectores amplios de la sociedad y se vio perjudicado por la irrupción de la variante Delta, que disparó los casos y hospitalizaciones.

 

Inmigración y violencia. Biden prometió mejor trato a los indocumentados y eso provocó un efecto llamada, con récords de entradas desde México. De forma paralela, y mientras los demócratas piden recortes a la Policía, se disparan los crímenes violentos.