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Jue, Abr

Macron: «A los no vacunados, tengo muchas ganas de joderles hasta el final»

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Para el presidente francés, los antivacunas representan una amenaza nacional

 

(ABC).- Emmanuel Macron dice estar deseando «joder a los antivacunas», hasta el final, enfrentándose con mucho brío verbal a un movimiento ultra y minoritario que se ha convertido en un mercado político muy atractivo para extremistas de izquierda y derecha, cuyos líderes han comenzado a crecer electoralmente denunciando la «dictadura nazi sanitaria» y el «liberticidio» del Gobierno francés.

«Yo no estoy para fastidiar a los franceses», avisa en una entrevista concedida al diario Le Parisien y publicada ayer para luego decir: «A los no vacunados, tengo muchas ganas de fastidiarles. Y eso es lo que continuaremos haciendo hasta el final. Es esta la estrategia». Eso sí, el presidente francés niega que vaya a «meterles en la cárcel», pero sí que «ya no podrán ir a un restaurante ni al teatro ni al cine ni tomar un café», añade.

 

En la entrevista, Macron sostiene que «en una democracia, los peores enemigos son la mentira y la estupidez. Presionamos a los no vacunados limitando para ellos, en la medida de lo posible, el acceso a las actividades de la vida social. Además, el 90% de la población sí se ha sumado, es una minoría muy pequeña la que se resiste», asevera.

En Francia se estima que entre un 15% y un 16% de los 67 millones de habitantes rechazan la vacunación contra el Covid: una franja electoral de cinco a siete millones de electores, por conquistar. Entre finales de julio y primeros de noviembre, entre 50 mil y 200 mil manifestantes protestaron cada fin de semana contra la política «nazi sanitaria» de Macron, a quien comparan con Hitler persiguiendo a los judíos. En muchas manifestaciones, los antivacunas pedían la guillotina para el presidente.

 

Cuatro grupúsculos políticos de extrema derecha fueron los primeros en ponerse al frente del movimiento antivacunas, liderados por Florian Philippot (ex número dos de Marine Le Pen), Nicolas Dupont-Aignan (ultranacionalista apocalíptico), Jean Lassalle (antiguo centrista reconvertido en integrista de la ruralidad) y François Asselineau (ultraconservador apocalíptico). Los cuatro son hoy candidatos a la elección presidencial, sumando, en total, entre un 5 y un 6 % de intenciones de voto. Suma irrisoria, pero preciada cuando la primera vuelta de la elección presidencial del mes de abril se juega en un pañuelo del 2 al 4% de los votos para todos los rivales de Macron.

 

Tras el modesto éxito callejero de los antivacunas, la extrema izquierda (Jean-Luc Mélenchon), las extremas derechas (Marine Le Pen y Éric Zemmour) y la derecha tradicional (Valérie Pécresse) comenzaron a apoyar a los antivacunas. Con relativo éxito.

 

Una amenaza

 

El inicio oficioso de la campaña presidencial, a primeros de año, ha coincidido con una propagación vertiginosa del virus: entre 200 mil  y 300 mil  nuevos contagios diarios. El 63% de las personas ingresadas en cuidados intensivos son no vacunados, cuando las personas vacunadas solo representan un 31%. Se trata de una realidad abrumadora, como tal reconocida por más del 60 % de los franceses y por toda la comunidad científica: los no vacunados, el movimiento antivacunas, se ha convertido en una amenaza nacional para el conjunto de la sociedad francesa.

 

El Gobierno de Macron decidió optar, en su día, por la libertad de vacunación, intentando imponer algunas reglas básicas: exigencias del certificado de vacunación para poder entrar en cines, restaurantes, teatros, salas de espectáculos. A partir de mediados o finales de mes, el gobierno podría decidir nuevas restricciones para los no vacunados.

 

Ante ese dilema, Macron declaró al diario «Le Parisien»: «La gran falta moral de los antivacunas es socavar lo más sólido de la nación. Cuando mi libertad es una amenaza para los otros, me convierto en un irresponsable. Y un irresponsable no es un ciudadano. De ahí que tenga ganas de joder a los anti vacunas, hasta el fin». Macron utiliza la palabra «emmerder» que puede traducirse finamente como «fastidiar» o «molestar»; aunque quizá sea más realista traducirla por «jorobar» o «joder».

Esa declaración, en lenguaje muy popular, provocó automáticamente una tormenta en la charca de agua sucia de la política electoral.

El «emmerder» macroniano, traducido por «fastidiar» o «joder», tanto da, lanza la primera gran batalla presidencial, dominada por la apocalíptica antivacunas.