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Jue, Abr

La implacable hoja de ruta de Vladimir Putin

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Pese a las oscilaciones de la crisis desde que EE.UU. diera la alerta en diciembre –con momentos de aparente distensión– la decisión de intervenir en Ucrania ha sido invariable

(ABC).- Hasta el 2014, año de las revueltas populares en Kiev que acabaron con el régimen prorruso de Yanukóvich, Moscú no se planteó una intervención militar directa en Ucrania. No era necesario. Ese año cambiaron las tornas, y Ucrania se decantó abiertamente por el Occidente liberal. Vladimir Putin ordenó entonces la ocupación militar de la península de Crimeaarmó a los separatistas prorrusos de la región del Donbass, y puso en marcha el proyecto de intervención que está a punto de materializarse en una ofensiva bélica en toda regla, precedida por escaramuzas y operaciones de señuelo en la frontera .

 

«Nadie hace un viaje como el que ha hecho Rusia para irse con las manos vacías», afirma a ABC una fuente de la Inteligencia militar española cercana al teatro de las operaciones que pide el anonimato.

 

Su análisis lo comparte el diplomático norteamericano Michael Carpenter, que subraya un dato inapelable: «Asistimos a la mayor movilización militar de Rusia desde el final de la Segunda Guerra Mundial». Se calcula que, pese a los comunicados de la propaganda rusa de repliegue de tropas, Moscú tiene entre 169.000 y 180.000 soldados en la frontera con Ucrania.

 

Washington dio a principios del pasado mes de diciembre la voz de alerta del proyecto de invasión del líder nacionalista ruso, que lleva en el poder desde el año 2000. A partir de ese momento –una filtración de la CIA al ‘Washington Post’ el 3 de diciembre anunciaba los planes para invadir Ucrania con 175.000 soldados– comenzó un intenso ciclo de acontecimientos marcado por la concentración de tropas rusas y los agotadores encuentros diplomáticos en todas las direcciones.

 

En este frente, la actitud de Putin y de su incombustible ministro de Exteriores, Lavrov, ha sido en todo momento inflexible y consistente. Sí al diálogo con todos los interlocutores mundiales menos con el Gobierno democrático de Ucrania, al que critican por su supuesta violación de los acuerdos de paz de 2014 y 2015.

 

«Es evidente que Rusia está jugando un órdago a Estados Unidos y a Europa: o me dáis lo que quiero o invado Ucrania», afirma la fuente de la Inteligencia española. Y lo que quiere el Kremlin, expresado en términos más o menos explícitos, es un acuerdo escrito y firmado de que Ucrania no formó nunca parte de la OTAN ni de ninguna otra alianza occidental. Como esa ‘rendición política’ no llega ni se le espera, el Kremlin se dispone a pasar a la acción siguiendo un guión previsto.

La estrategia de Estados Unidos de ‘telegrafiar’ los planes militares en un intento por disuadir a Putin solo parece haber ganado un poco de tiempo. Pero el líder ruso «no puede dar ya marcha atrás llegado a este punto, por el alto coste económico que ha significado la concentración de tropas, y el coste político dentro de Rusia que le supondría renunciar», advierte la fuente que pide el anonimato.

 

El Dniéper como frontera

 

«Ucrania se dispone a perder hasta un tercio de su territorio, ante la impotencia de la OTAN y de Occidente», añade el mismo analista de la Alianza. La región separatista del Donbass, en el este del país, es solo una de las primeras piezas que pretende cobrarse Putin. Pero el Kremlin mira más allá, en busca de la creación de un corredor de territorio que una el Donbass con la península ocupada de Crimea. El río Dniéper, que atraviesa Ucrania procedente de Rusia y corta el país de norte a sur hasta el mar Negro, sería el límite máximo del avance militar ruso.

 

Si se produce, como todo apunta, la invasión militar, la OTAN no intervendrá porque Ucrania no es miembro de la Alianza, y sobre todo porque no hay unanimidad respecto a una respuesta militar. El consenso unánime es necesario, y la división entre los socios de la OTAN solo beneficiaría a Rusia. Tanto Estados Unidos como otros miembros de la Alianza se limitan por eso a hablar solo de «consecuencias económicas devastadoras para Moscú» por efecto de las sanciones de Occidente. «Rusia ya se ha conformado con vivir con sanciones, y además sabe que muchas de las que se tomen harán mucho daño a empresas europeas que tienen negocios con la Federación», apunta el analista español que sigue los acontecimientos desde Alemania, uno de los mayores socios comerciales de Putin.

 

El regreso de la Guerra Fría no es un tópico, al menos mientras Vladimir Putin siga ostentando el poder absoluto. Tampoco lo es la animosidad hacia la Alianza Atlántica, a la que se hace responsable de muchas de las penalidades nacionales y de la pérdida de peso de Rusia en la escena mundial. Antes de que Occidente hablara de la ‘guerra híbrida’ de Rusia en Ucrania, Moscú ya acusaba a la OTAN de llevarla a cabo contra sus intereses a través de la venta de armas a Kiev y la presencia en Ucrania de oenegés aliadas. En el juego entre superpotencias, la voluntad –y la vida– del pueblo ucraniano es un factor que no cuenta. Como no contó el del pueblo afgano cuando Washington negoció con los talibanes su vuelta al poder.