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Vie, Abr

'LOS RENGLONES TORCIDOS DE DIOS'

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Adelanto del prólogo de Eva Gª Sáenz de Urturi a 'Los renglones torcidos de Dios', el clásico de Torcuato Luca de Tena

 

(ABC).- La ganadora del Premio Planeta aborda la obra más importante del escritor y periodista

Adelanta el prólogo para la nueva edición del libro: 'Los renglones torcidos de Dios', elaborado por la escritora y Premio Planeta Eva García Sáenz de Urturi.

Prólogo

Algo tiene una novela cuando sobrevive a su autor, cuando ese rumor silencioso que son las recomendaciones lectoras permanece vivo cuatro décadas después de su publicación, cambiada la sociedad, cambiado el contexto, cambiado, en resumen, el mundo en el que vivió el escritor y periodista Torcuato Luca de Tena, premio Planeta 1961, fallecido cuando expiraba el milenio.

Acercarnos a este clásico nos exige inteligencia e indagación, no podemos ser animales pasivos ante esta lectura. El juego del narrador poco fiable siempre ha fascinado a la Literatura con mayúsculas, tal vez porque rompe ese pacto implícito entre escritor y lector: «Cuéntame una historia que pueda creer.

Sé que será ficción, pero durante unas horas, pensaré que es cierto el microuniverso que has creado para mí».

Alicia Gould, la protagonista absoluta de la novela, ingresa en un sanatorio mental. Su extrema inteligencia y sus dotes para la observación psicológica nos recuerdan al mejor Arthur Conan Doyle. Siempre se dijo que un personaje no puede ser nunca más inteligente que su creador, por motivos obvios, así que, sin duda, don Torcuato tuvo que estar dotado también de esta cualidad.

Pero en este post thriller, en el que la investigación criminal es un pretexto, la intriga avanza a paso lento porque se trata sólo de una excusa. Es el planteamiento, el inicio, el gancho, lo que nos anima a zambullirnos en la mente de Alicia y seguirla, fascinados y extrañados a partes iguales, en sus indagaciones y en sus singulares planteamientos.

El gran acierto de la novela es que convierte al lector en investigador, y a la protagonista, no en investigadora, sino en investigada y sospechosa. ¿La creemos? ¿Es real su punto de vista? Esta duda sobrevuela toda la obra y nos motiva a continuar paseándonos por sus páginas. Buscamos discordancias en su discurso interno. Hay cierto desasosiego en su lectura, al igual que pasa en obras similares en las que no sabemos a quién creer, como «El corazón delator», de Edgar Allan Poe, o El Quijote, protagonizado por el mismísimo Alonso Quijano, nuestro querido e imaginativo Quijote. O acaso Otra vuelta de tuerca, del sombrío Henry James. Sus autores nos obligan a preguntarnos una y otra vez: ¿está loco o es el mundo que le rodea quien no es coherente? ¿No es ésta acaso la más inteligente de las lecturas?

El paseo por la locura es uno de los grandes temas de la literatura universal, tal vez por ese miedo tan humano a caer en ella. Pero lo fascinante de esta novela es que nos propone una inmersión en primera persona en un tema tan esquivo como la salud mental. En estos tiempos en los que por fin se está normalizando y visibilizando este problema transversal que prácticamente afecta a todas las familias y a todos los entornos, esta mirada, profundamente empática y humana, da luz a nuestras dudas y respalda nuestras experiencias.

Al igual que sucedió con la novela Alguien voló sobre el nido del cuco, del escritor Ken Kesey, cuya versión cinematográfica con un inmenso Jack Nicholson nunca olvidaremos, nos adentramos por los pasillos de una imaginaria pero verosímil institución mental y transitamos, atónitos, frente a todo un ágil y variado repertorio de lo que el autor llama «úlceras en la mente». El escritor nos advierte de que se encontró con todas estas úlceras, y si bien ficciona los personajes, conoció todos y cada uno de los casos que nos presenta en su obra.

Siempre resulta fascinante conocer la intrahistoria de una novela, pero sin duda, la de esta novela las supera todas. Por su audacia, por el riesgo y por el sacrificio en aras de una verosimilitud que sin duda logra. Porque el autor no se limitó a investigar acerca del mundo que pretendía describir, se impuso la experiencia más extrema: vivirlo sin red alguna de seguridad, sin plan B, arriesgando así mucho más que un manuscrito. Arriesgando su propia posibilidad de quedar encerrado y de no ser creído. Les explico.

Cuenta el doctor Juan Antonio Vallejo-Nájera, amigo y proveedor de libros de Psiquiatría con los que don Torcuato Luca de Tena se documentaba, que el escritor se los devolvía siempre estudiados y asimilados, que la jerga médica no lo amedrentaba y que tuvieron una seria desavenencia cuando el autor le pidió ingresar en un hospital psiquiátrico para ponerse en la piel de su protagonista. El médico le ofreció sus contactos en varias instituciones para que pudiera visitarlas, pero nuestro escritor quería vivir la experiencia real de pasar por todo el proceso como un enfermo mental más, desde la burocracia de la admisión hasta sus primeros días y su aclimatación al centro y al resto de los habitantes. El médico insistió en que lo más conveniente era una cura de reposo en una clínica psiquiátrica privada, pero el escritor quería ambientar su novela en una gran institución pública del Estado. Ante la negativa de su amigo el doctor, don Torcuato optó por ignorar sus advertencias e ingresó de manera voluntaria en un hospital psiquiátrico, trasunto de la institución ficticia en la que transcurre la novela, el Hospital Psiquiátrico de Nuestra Señora de la Fuentecilla, cercano a Zamora. Allí se alojó como un enfermo más a lo largo de dieciocho días y sus correspondientes noches que se me antojan interminables. Una vez dentro, insistió en pasar por todos los trámites, y convivir con todos los perfiles posibles de la enfermedad mental. Simuló una psicosis depresiva y tomó nota de todo lo que observó y vivió.

Asistimos, perplejos, a todas las aristas de vidas marcadas y de una sociedad que da la espalda a los enfermos y prefiere ignorar, apartar y aislar. Cerrar el candado y tirar la llave.

Un cuerdo entre locos fingiendo ser un loco entre locos para escribir de una mujer que no sabemos si es loca o cuerda.

En el hospital se aprende la importancia de distinguir entre «el diagnóstico y el pronóstico», tal y como nos explica uno de los doctores ficticios de la novela.

La novela nos acerca también a la cotidianidad de cerebros que suenan como violines desafinados. Las notas, el pentagrama, la clave de sol son los mismos, pero la melodía no suena igual a la acostumbrada, a esa que llamamos «normalidad», nos hace sentir inquietos y nos perturba. Tal vez el impulso primario sea alejarnos de ella. Pero continuamos leyendo.

Recuerdo una anécdota que me estremeció cuando me documentaba acerca de Perfilación Criminal para mis novelas negras.

Uno de los peores reclusos de Estados Unidos, asesino serial condenado, le dijo al psiquiatra que lo atendía en la cárcel: «Puedo fingir cualquier enfermedad mental que aparezca en su Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales —el DSM—, usted dígame cuál, y yo me estudio sus síntomas y le convenzo a usted y a cualquiera de sus colegas de que sufro ese trastorno. Puedo pasar todos los test, todas las pruebas, muchos de nosotros lo hacemos a conveniencia».

Estremece pensar que pueda ser así, que cualquier persona con cierta inteligencia y ciertas dotes para la interpretación pueda llegar a fingir y engañar a especialistas que dedican toda su vida al estudio de la mente, pero es cierto que todas las patologías psiquiátricas tienen unos signos, unos síntomas y unos patrones. Y como dice uno de los doctores de la novela: «Cada enfermedad mental tiene un comportamiento coherente en sí mismo. Puede que se nos escapen sus razones, pero si se observa con detenimiento, cada enfermo vive en un mundo consecuente en base a una lógica que muchas veces no podemos ver, pero no significa que no exista».

Cada lector extraerá sus propias lecciones de vida en una novela que aglutina un buen número de ellas, pero no saldrá indemne de esta lectura, sino más profundamente humano... y de eso trata la Literatura.