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Jue, Abr

El Papa Francisco: «He firmado ya mi renuncia en caso de impedimento médico»

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— Santo Padre, usted suele hablar con frecuencia a quienes están lejos de la Iglesia. ¿No le preocupa que quienes están más cerca se puedan sentir descuidados?

(ABC)-.—Si son buenos, no se sienten descuidados. Si tienen algo medio escondido, que ni ellos lo saben, son como ese hijo mayor de la parábola del hijo pródigo: «Te sirvo desde hace tantos años, y ahora cuidas de aquel, y a mí no me das bolilla». Es un pecado feo, de ambición escondida, de querer figurar, ser tenido en cuenta (así se podría interpretar)… Es un poco vivir la pertenencia a la Iglesia como lugar de promoción.

— Ese dualismo entre los alejados y los cercanos también se puede clasificar como las miradas progresistas y esencialistas. Su pontificado cumple ahora diez años y una crítica que se le hace es que ha puesto mucho acento en los desfavorecidos, por así decirlo, mientras los sectores más tradicionales sienten cierta incomprensión. ¿Le afecta de alguna manera que ciertas corrientes históricamente más próximas a la Iglesia crean que no se presta la misma atención a las cuestiones de la doctrina?

— La atención se mantiene igual. A veces hay posturas de una fe inmadura, que no se sienten seguras y se atan a una cosa, se aferran a lo que se hizo antes. El problema no es la tradición. La tradición es la fuente de inspiración. La tradición son nuestras raíces que te hacen crecer y van andando y creciendo y te hacen crecer en vertical. El problema es andar hacia atrás.

— ¿En qué sentido?

— En italiano lo llamo 'indietrismo': «No, mejor estar como se hacía antes», «es más seguro», «no arriesgues». Ese marchar hacia atrás. Y la Carta a los Hebreos dice: «Nosotros no somos gente que va hacia atrás, sino hacia adelante». El pecado de ir hacia atrás por seguridad. Y creo que eso pasa en la Iglesia.

— Por temor al presente o al futuro…

— Al futuro. Decía un músico que la tradición es la garantía del futuro. Y otro, que la tradición es la fe viva de los muertos; pero el tradicionalismo es la fe muerta de los vivos. La tradición te debe tirar para arriba, te hace crecer.

— Ortega y Gasset escribió que le gustaba el pasado precisamente porque es pasado y el problema lo tienen aquellos que quieren convertir el pasado en presente.

— El pasado te inspira el presente. Lo que quiero decir es que no funciona el intento de envasarlo todo. La fe se desarrolla, crece, y la moral crece, pero naturalmente no de cualquier sentido. Vicente de Lerins decía que ese desarrollo tiene que ser 'ut annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate'. O sea, de tal manera que creciendo se consolide, se haga más amplia con el tiempo y mucho más fina con los años.

— Cuando usted era cardenal dijo: «Trato de ser fiel a la Iglesia, pero siempre abierto al diálogo».

— Sin horizonte no puedes vivir. Debes tener las raíces de la fe bien arraigadas, pero con horizonte para crecer. Si no, no habría libertad, no habría libertad cristiana.

— Se cumplen en febrero también diez años de la renuncia de Benedicto XVI.

— Lo visito con frecuencia y salgo edificado de su mirada transparente. Vive en contemplación… Tiene buen humor, está lúcido, muy vivo, habla bajito pero te sigue la conversación. Me admira su inteligencia. Es un grande.

— ¿Qué es lo que más aprecia usted de Benedicto?

—Es un santo. Es un hombre de alta vida espiritual.

— Cuando vemos fotos recientes de Benedicto, a sus 95 años, surge la reflexión inevitable de que le hubiera sido complicadísimo gobernar la Iglesia si no hubiera renunciado.

—Los futuribles siempre engañan, así que yo no me meto por ahí…

— ¿Va a dejarse atado y bien definido el estatuto del Papa emérito?

— No. No lo toqué para nada, ni me vino la idea de hacerlo. Será que el Espíritu Santo no tiene interés en que me ocupe de esas cosas.

— Uted ha incluido a varias mujeres en altos cargos, pero aún no hay ninguna como número uno de dicasterio…

— Es verdad. Pero la habrá. Tengo una en vista para un dicasterio que quedará vacante en dos años. Nada impide que una mujer guíe un dicasterio en el que un laico puede ser prefecto.

— ¿De qué depende?

— Si es un dicasterio de índole sacramental, tiene que presidirlo un sacerdote o un obispo. Aunque ahí se discute si la autoridad viene por la misión, como sostiene el cardenal Ouellet, o por el sacramento, como sostiene Rouco Varela. Es una linda discusión entre cardenales, una cuestión que siguen discutiendo los teólogos.

— Benedicto XVI empezó a reunirse con víctimas de abusos y usted ha continuado. Imagino que es lo más difícil de su tarea.

— Es muy doloroso, muy doloroso. Son personas destruidas por quien tenía que haberlas ayudado a madurar y a crecer. Eso es muy duro. Aunque hubiera un solo caso, es monstruoso que la persona que te tiene que llevar a Dios te destruya en el camino. Y sobre esto no hay negociación posible.

Imagen - «Contra los abusos no hay negociación posible, son personas destruidas»

LA TAREA MÁS DOLOROSA

«Contra los abusos no hay negociación posible, son personas destruidas»

— Tras uno de esos encuentros, decidió reabrir un caso de abusos en España, en el colegio Gaztelueta.

— La víctima me contó su historia y que no había recibido respuesta del juicio en el Vaticano. Llegué acá e hice revisar. Había habido juicio, pero como había tenido sentencia civil, se contentaron con eso y no procedieron. Por eso, nombré un tribunal, presidido por el obispo de Teruel, y está en marcha la cosa. No le sé decir en qué estadio está, pero sé que está en buenas manos. Pero no es el único reabierto. Hay otro caso de un sacerdote español. El proceso estaba empezado, pero se había extraviado. Lo pasé a la Rota española. Y el presidente de la Rota lo está llevando adelante. Los hemos reabierto sin ningún escrúpulo.

— ¿Cree que la sociedad percibirá que la Iglesia, finalmente, está actuando con total decisión para cortar y perseguir los casos de abusos? ¿Cree que la Iglesia será 'perdonada'?

— El hecho de estar caminando en esto es un buen camino. Ahora, no depende sólo de nosotros que se logre o no se logre el perdón. Pero hay una cosa que quiero decir. Hay que interpretar los problemas con la hermenéutica de su época. Como hacemos con la esclavitud. En aquella época discutían sobre si los esclavos tenían alma o no tenían alma. Es injusto juzgar una situación antigua con la hermenéutica de hoy. La hermenéutica de antes era esconder todo, como por desgracia ahora se hace en algunos sectores de la sociedad, como las familias y los barrios.

— ¿Tiene alguna explicación para los encubrimientos de otras épocas

— Es un progreso de la humanidad que se va haciendo cargo cada vez más de cuestiones morales que no tienen que subsistir así. Tomar cada vez más conciencia. Y esa fue la valentía de Benedicto. Según estadísticas, entre el 42 y el 46% de los abusos se producen en ámbito familiar o barrial, y se tapan. Nosotros hacíamos lo mismo hasta que saltaron los escándalos en Boston en torno a 2002. ¿Por qué? Mi explicación es esta: no hay fuerza suficiente para encararlos. Ojo, comprendo que no sepan cómo encararlos, pero no los justifico. Primero la Iglesia los tapaba, luego tuvo la gracia de ampliar la mirada y de decir «no», hasta las últimas consecuencias.

— ¿No se siente frustrado cuando ve que se avanza despacio en esta batalla?

—Veo que lamentablemente es un mal muy grande, y que 'a poquito' lo estamos afrontando… Estamos dando estos pasos gracias a Dios. Pero hay un punto de los abusos que para mí sigue siendo un misterio.

— ¿Cuál?

— La vídeo-pornografía con menores, que se produce en vivo. ¿Dónde se produce? ¿En qué país? No se sabe. ¿Quién tapa todo eso? Allí habría que llamar la atención a los responsables de la sociedad. ¿Con qué cobertura siguen actuando los grupos que filman pornografía infantil? Es un grito de auxilio.

— ¿Qué dice usted a quienes ven tambalearse su fe cuando salen a la luz nuevos casos?

— Es positivo que te escandalices de esto. Eso te lleva a actuar para evitarlo, a poner tu aporte. No me asusta. Si la fe se tambalea es porque está viva. Si no, no sentirías nada.

— Imagino que por la mesa del Papa pasan cuestiones de todo tipo, que le obligan a tomar decisiones muy variadas. ¿Qué consejo dejaría a sus sucesores?

— Les diría que no hagan los errores que yo hice, punto y nada más.

— ¿Hay muchos errores?

— Sí que los hay, sí.

— Llama la atención que ha elegido nuevos cardenales de procedencias muy diferentes, que se conocen poco entre ellos. ¿No cree que esto dificultará el trabajo de futuros cónclaves?

—¡Claro! Sí, desde el punto de vista humano. Pero ahí el que trabaja es el Espíritu Santo. Hubo alguien, no sé quién, que propuso que la elección del nuevo Papa se hiciera solamente con los cardenales que viven en Roma. ¿Es eso la universalidad de la Iglesia?

— Papa Francisco, una cuestión delicada. ¿Qué ocurre si un pontífice queda repentinamente impedido por problemas de salud o accidente? ¿No sería conveniente una norma para estos casos?

— Yo ya he firmado mi renuncia. Era Tarcisio Bertone el secretario de Estado. Yo la firmé y le dije: «En caso de impedimento por cuestiones médicas o qué sé yo, acá está mi renuncia. Ya la tienen». No sé a quién se la habrá dado el cardenal Bertone, pero se la di cuando era secretario de Estado.

«A veces hay posturas de fe inmaduras, se aferran a lo que se hizo antes»

— Pablo VI también dejó escrita su renuncia en caso de impedimento permanente.

— Así es, y Pío XII creo que también.

— Eso usted nunca lo había dicho.

— Es la primera vez que lo digo.

— Quiere que se sepa.

— Para eso lo digo. Ahora alguno irá a pedírselo a Bertone: «¡Deme el papelito!» (ríe). Seguramente lo entregó al cardenal Pietro Parolin, el nuevo secretario de Estado. Yo se lo di a Bertone en cuanto secretario de Estado.