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Mar, Abr

Muere Charles Simic, la voz más irónica y pop de nuestro tiempo

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Ha sido uno de los nombres míticos de la poesía de este tiempo. Como quería Blake fue capaz de ver la eternidad en un grano de arena, es decir, fue capaz de ver lo absoluto en una simple escena cotidiana

(ABC).-  Charles Simic ha sido uno de los nombres míticos de la poesía de este tiempo. Como quería Blake fue capaz de ver la eternidad en un grano de arena, es decir, fue capaz de ver lo absoluto en una simple escena cotidiana. Simic fue el emigrado del comunismo balcánico a los Estados Unidos y, tal vez por ello, un hombre que huyó siempre de las grandes palabras, de los grandes relatos totalizadores y totalizantes. Su aversión a los discursos emanados desde cualquier cúpula, sobre todo si reducían al hombre a una multitud anónima, le hicieron ser un irónico, alguien que hizo de la aparente intranscendencia toda una visión del mundo. No es extraño que escribiera que la poesía es tan sencilla, tan extraña como tres zapatos no coincidentes en la entrada de un callejón oscuro.

Supo reírse de todo y supo hacer del humor un baluarte contra los grandes conflictos de nuestro tiempo, él, que sufrió los bombardeos de su ciudad por los nazis y por los aliados, que vio moverse fronteras a sangre y fuego, que huyó a París y dejó atrás su memoria y una buena parte de su biografía, y tuvo que construirse un nuevo rostro, una nueva identidad más allá del Atlántico. Nada lo detuvo nunca, ni siquiera que no hablara inglés hasta los 15 años, confió siempre en que ese hombre desvalido, gris, rutinario de las sociedades modernas guardaba una semilla de dignidad. En sus memorias, tituladas 'Una mosca en la sopa', se encuentra esa mirada desmitificadora y emocionante del que apuesta por rebajar los grandes acontecimientos al nivel de la sencillez, de la extraordinaria normalidad.

Simic fue, sin duda, el gran poeta de esta civilización urbana. Supo ver la ciudad industrial en la fuerza humilde de sus historias, en la grandeza cotidiana de sus imágenes. En libros como 'El mundo no se acaba', 'Mi séquito silencioso', 'El lunático' o 'Garabateando en la oscuridad', todos editados en España por Vaso Roto, la voz de Simic está tocada por aquella levedad de la que hablaba Italo Calvino, una levedad capaz de expresar los más íntimo dramas humanos que se viven junto la luz de los neones, de los anuncios publicitarios y de los cubos de basura. Su sensibilidad está llena de las boquitas pintadas de las mujeres infelices que salen de trabajar en los grandes almacenes, de los viejos que van a buscar sus medicinas, de la epidemia de los corazones solitarios. Es decir, de vida y de tiempo, de absurdo y de intensidad.

No hay duda que fue ese eslabón glorioso en una tradición donde están los más grandes. Tuvo la visión abarcadora de Milozs y el humorismo de Herbert o Szymborska, pero nadie como él fotografió el rostro pop de nuestro tiempo. Su ironía pesimista siempre fue su arma para intensificar las emociones que le gustaba que fueran las de un hombre que se sobreponía a la grisura de la normalidad, lo mismo que a su lengua poética le gustaba echarse en manos del aforismo o de la gregu