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Vie, Abr

De cómo socialistas y comunistas equipararon a las milicianas con prostitutas en la Guerra Civil

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De la noche a la mañana, pasaron de ser heroínas a ser repudiadas. Se desincentivó su alistamiento, se las retiró de las trincheras y, finalmente, se inició una campaña de descrédito encabezada por Largo Caballero para aparajelarlas a las prostitutas que, también en los campamentos militares, estaban propagando enfermedades venéreas

(ABC) Las milicianas con el fusil al hombro, el gorro cuartelero con borla roja y su característico mono azul, reflejadas en el cine por Ken Loach en «Tierra y libertad» (1995) y por Vicente Aranda en «Libertarias» (1996), resulta una de las imágenes más potentes de la Guerra Civil. Fantástico reclamo para la cartelería republicana que, sin embargo, chocó de frente con los prejuicios de la época, incluso entre hombres pretendidamente feministas, sobre cuál debía ser el papel que jugaran las mujeres en la guerra.

Al inicio de la Guerra Civil, el caos en el ejército republicano y la descoordinación en el Gobierno permitieron el levantamiento de una milicia popular a cargo de determinados grupos políticos, sindicatos y asociaciones de izquierdas, que armaron sin discriminación a todo tipo de ciudadanos, hombres y mujeres, para contrarrestar el golpe militar. Aquella fuerza popular supuso un quebradero de cabeza a nivel político y de coordinación para los mandos republicanos, aparte de pisar ciertos convencionalismos sociales. Entre estos voluntarios, había miles de mujeres jóvenes, ligadas la mayoría a organizaciones revolucionarias, que más pronto que tarde pagaron su intromisión en una actividad reservada tradicionalmente a los hombres.

Conforme el ejército republicano ponía orden en sus filas, los altos mandos buscaron la forma más rápida de sacar a las milicianas de una ecuación ya bastante compleja a causa de las muchas tensiones políticas existentes entre comunistas, anarquistas, socialistas, nacionalistas y republicanos moderados.

«El hombre al frente y la mujer a la retaguardia»

A muchas se les destinó originalmente a tareas de limpieza y de cocina, mientras que compaginaban todo ello con su actividad en el frente como cualquier otro soldado. La miliciana Fifí dio testimonio de que «en las trincheras dormíamos y comíamos en el fango como cualquier hombre. Incluso para hacer "escuchas", que era muy expuesto porque había que salir de las trincheras, se echaba a suerte; quien sacaba la paja más corta sabía que le había tocado. No había miramientos de ningún tipo».

A pesar de suponer solo una minoría dentro de la milicia republicana, algunas alcanzaron puestos de mando, entre ellas Mika EtchebéhèreAna CarrilloCasilda HernádezAurora ArnáizEnriqueta Otero o Encarnación Hernández Luna. Así y todo, la premisa «el hombre al frente y la mujer a la retaguardia» fue relegando a estas militares a un papel cada vez más alejado de las trincheras: atendiendo a los heridos, cuidando a niños, cosiendo uniformes y preparando paquetes de comida y ropa para los soldados, entre otras tareas...

«Parece que las mujeres tienen más frío que los hombres(...) Tú no deberías hacer guardia por la noche»

Incluso en el seno de la Segunda República, supuestamente más liberal en lo sexual que el otro bando, la imagen transgresora para los cánones de la época de estas mujeres soldado provocaron, como cuenta Ana Martínez Rus en su libro « Milicianas: Mujeres republicanas combatientes», una reacción contraria a su participación en los combates. Los mandos políticos y militares, normalmente enfrentados, coincidían en este caso sobre lo importante de retirar a las mujeres de las trincheras. El socialista Indalecio Prieto reclamó que su papel estaba en los hospitales, las cocinas, las fábricas... y para ello se valió a menudo de un tono burlón e hiriente. Menciona una de ellas, Mika Etchebéhère, que hasta su padre le recordaba con frecuencia que «parece que las mujeres tienen más frío que los hombres(...) Tú no deberías hacer guardia por la noche».

Tras la creación oficial del Ejército Popular Regular de la República en octubre de 1936, se produjo una reestructuración y militarización de las milicias populares que alejó a las mujeres de los combates en aras de la eficacia y la disciplina. Unidades exclusivamente femeninas como el batallón militar del Quinto Regimiento, llamado Lina Odena y creado a instancias de Dolores Ibárruri en julio, terminó reconvertida en una unidad sanitaria debido a las reticencias de los jefes militares y el rumor de que estaba integrado por prostitutas que provocaban enfermedades venéreas a los combatientes.

Un veterano de las milicias enseña a una miliciana el uso de un fusil - Albero y Segovia

Aquella política causó, como comenta la historiadora irlandesa Mary Nash en «Milicianas o heroínas de la retaguardia: el lugar de las mujeres en la guerra», que el número de mujeres soldado en la Guerra Civil no correspondiera a la enorme propaganda que se valió de su estética transgresora para incentivar el alistamiento:

«La miliciana vasca Casilda Méndez era la única mujer de su unidad en el País Vasco; posteriormente, cuando fue al frente de Aragón después de la caída del norte, solo había otra mujer en su unidad. Las catalanas del frente de Aragón constaban de una pequeña élite de mujeres, mientras que, al parecer, el grupo más grande había sido el contingente de 30 milicianas que acompañó a otro de 400 hombres a las Islas Baleares en agosto de 1936».

Ingrid Strobl calcula que su presencia no alcanzó ni el 2% sobre el total de republicanos cuando se les permitió estar en el frente, sin que exista una contabilidad acerca de las que quedaron en las trincheras cuando se estructuró el Ejército, aunque obviamente el porcentaje disminuyó de forma significativa.

Cambio de mentalidad

De la noche a la mañana, pasaron de ser heroínas a ser repudiadas. Se desincentivó su alistamiento, se las retiró de las trincheras y, finalmente, se inició una campaña de descrédito encabezada por el propio Largo Caballero, de la escisión comunista del PSOE, a finales del otoño de 1936, para aparajelarlas a las prostitutas que, también en los campamentos militares, estaban propagando enfermedades venéreas.

La equiparación de la miliciana a la prostituta era una excusa ridícula, entre otras cosas porque las mujeres públicas, que se decía en tiempos de los Tercios de Flandes, se encontraban más en la retaguardia que en el frente. Hubo meretrices entre las milicianas, sí, como hubo delincuentes entre los hombres, pero precisamente la esencia de esta unidad popular era la mezcolanza social.

«¡Atrás! Si el miliciano os busca, que lo haga en sus horas de licencia y bajo su responsabilidad moral, ayudado por los recursos higiénicos de rigor»

«Sí que había prostitutas, pero estaban sobre todo en la retaguardia. Allí ejercían su oficio. Pero eso no tenía nada que ver con nosotras, con las que luchaban. Y nuestros camaradas lo sabían muy bien. Ninguno se hubiera atrevido a acercársenos demasiado. No nos veían como mujeres. Ni que hubiesen querido. Nosotras estábamos en las trincheras tan sucias y empiojadas como ellos, luchábamos y vivíamos igual que ellos. Para ellos no éramos mujeres sino sencillamente uno más», recoge Ingrid Strobl sobre el testimonio de una de las milicianas españolas, Fidela Fernández de Velasco, en su libro «Partisanas. La mujer en la resistencia armada contra el fascismo y la ocupación alemana» (1936-1945).

El impulsor de la legalización del aborto en Cataluña, el sexólogo anarquista Félix Martí Ibáñez, fue uno de los impulsores de la idea de que las milicianas y las prostitutas provocaban el mismo daño en las trincheras. Así justificó en un folleto titulado «Mensaje eugénico a las mujeres» la retirada de las milicianas para evitar que tentaran al vicio a los hombres disciplinados:

«Vosotras, mercenarias o medias virtudes… que en plena Revolución intentasteis convertir la tierra sagrada del frente empapada en sangre proletaria, en lecho de placer. ¡Atrás! Si el miliciano os busca, que lo haga en sus horas de licencia y bajo su responsabilidad moral, ayudado por los recursos higiénicos de rigor. Pero no vayáis a desviarlo de su ruta y a poner en el acero de sus músculos la blandura de la fatiga erótica…no podéis despedir vuestra antigua vida yendo a sembrar de males venéreos el frente de batalla… La enfermedad venérea debe ser extirpada del frente, y para ello hay que eliminar previamente a las mujeres»

 

Una miliciana del Batallón Ciclista "Enrique Malatesta", leyendo las noticias de los frentes, en el diario ABC. - Uguina

Hasta Dolores Ibárruri les da la espalda

Los argumentos morales e higiénico-sanitarios escondían el machismo de la época y la necesidad urgente de los brazos de las mujeres en la retaguardia. Se necesitaba a las mujeres para sustituir a los hombres en el campo y en la industria, con el objeto de mantener el suministro de comida y de armamento. También la prensa y la propaganda republicanas viraron de elogiar a la mujer heroína al principio de la guerra hacia una exaltación de las madres y esposas que se ocupaban de tareas auxiliares en la retaguardia, con especial atención a la industria bélica.

El periódico comunista el «Mundo Obrero» escribió ya el 8 de noviembre de 1936:

«En los primeros días de la sublevación las mujeres supieron comprender que en aquel momento lo urgente era acrecentar el entusiasmo de los que se lanzaban a la lucha, y se unieron a ellos, empuñando a su vez las armas, con tanto o más coraje que los hombres [...] Las mujeres han cumplido su deber. Pero ahora el deber primordial es reintegrarse a la retaguardia, dedicarse al trabajo en las industrias, comercios, oficinas. La marcha de la nación no debe ser interrumpida porque falten los brazos masculinos, que impulsan el engranaje de la economía. Estos brazos han de ser suplidos por la mujer [...] A la retaguardia, todas las mujeres al trabajo, ese es vuestro puesto. A seguirlo, y ¡SALUD!»

Las organizaciones feministas, como la Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA) o Mujeres Libre, defendieron que las féminas debían ocupar la retaguardia e incluso se opusieron a su presencia en las operaciones militares. De la misma opinión eraDolores Ibárruri, que pasó de animar a las mujeres a luchar en julio de 1936 a afirmar en una visita al frente tras la batalla de Guadalajara en marzo de 1937 que el sitio de las mujeres estaba atrás.