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Vie, Abr

El día que al Chapo se le acabó la suerte y fue declarado culpable

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El líder del cártel de Sinaloa se enfrenta a una condena de cadena perpetua

 

Quienes buscan en la naturaleza señales ulteriores no pasaron por alto la fina capa de nieve que ayer por la mañana cubría las afueras del juzgado federal de Brooklyn. Era el sexto día de deliberaciones del jurado encargado de decidir si Joaquín Guzmán Loera, más conocido como el Chapo, era responsable de llenar con el polvo blanco de la cocaína -y otras drogas- las calles de EE.UU.

La extensión de la deliberación hacía temer un una falta de acuerdo en el jurado, que debía decidir sobre los diez cargos que enfrentaba el Chapo con unanimidad. La defensa del acusado de ser el líder del cártel de Sinaloa estaba satisfecha con un retraso inesperado: la expectativa era un veredicto inmediato, en un par de días. La fiscalía aparentaba más nervios.

Hacia las doce del mediodía, un aviso sobresaltó a las partes y al ejército de periodistas que lleva meses cubriendo el proceso: el jurado había llegado al veredicto. Media hora más tarde, el juez federal del caso, Brian Cogan, leyó la decisión del jurado: uno a uno, acompañó a los cargos de la palabra «guilty» (culpable).

El Chapo, vestido una vez más de traje y corbata, mantuvo una expresión dura, con la mandíbula apretada, como si mascara un metal, pero calmada. Escuchaba por su oído derecho la culpabilidad en todos los cargos, de boca de una traductora. Los cargos incluían el liderazgo de una organización criminal, el tráfico de droga y lavado de dinero.

Después, el juez preguntó a cada uno de los doce integrantes del jurado si el veredicto reflejaba su opinión. Uno a uno dijeron que sí, bajo la mirada del Chapo, que clavaba sus ojos en las respuestas. El narco volvió la cara, como siempre, a su mujer, Emma Coronel, sentada en el segundo banco, como cada día. Le hizo un gesto de abrazo y un golpe de pecho, de «te llevo dentro». Ella se quedó sin apenas gestos de respuesta, y él fue conducido a su celda.

Un mito enterrado

«El reinado sangriento de Guzmán Loera al frente del cartel de Sinaloa ha llegado a su fin, y el mito de que no podía ser puesto delante de la justicia se ha enterrado», dijo Richard Donoghue, el fiscal responsable del distrito Este de Nueva York. Era un guiño a la invencibilidad del Chapo en el imaginario popular, al «Robin Hood» de las montañas de Sinaloa, que se escapó dos veces de cárceles de México y que consiguió esquivar durante años de los operativos de captura.

«Es una victoria para el pueblo estadounidense, que ha sufrido tanto mientras Guzmán hizo millones de dólares con el tráfico de drogas a través de nuestra frontera Sur», añadió Donoghue en una rueda de prensa en las afueras del juzgado, mientras la nieva seguía cayendo en Nueva York.

La comparecencia fue una muestra de que el juicio al Chapo siempre fue una pelea desigual. Donoghue estaba rodeado del ejército de fiscales y agentes de las fuerzas de seguridad que han cooperado para conseguir el veredicto de culpabilidad del narco mexicano. Por parte de la defensa, dieron la cara sus tres abogados: Jeffrey LichtmanEduardo Balarezo y William Purpura. Algo similar se vio durante el juicio, donde la acusación presentó una avalancha de pruebas y de testigos: 56 testimonios -catorce de ellos de testigos cooperantes que fueron socios, compadres y manos derechas del Chapo- frente a uno solo presentado por la defensa.

«Lo dimos todo en el campo de batalla», dijo Lichtman, un abogado belicoso, que buscó atacar la credibilidad de los testigos de la fiscalía y dibujar al Chapo como a un segundón del cartel de Sinaloa, un chivo expiatorio que aleja la atención de los verdaderos capos y de la corrupción política que permite que el narcotráfico sobreviva.

«Él ya había sido declarado culpable por los medios, por el gobierno, por todo el mundo, antes de que el juicio comenzara», reprochó Balarezo. Para él, ayer no hubo novedades: «Fue condenado desde el principio. Se le presumió culpable».