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Vie, Abr

Tarantino entra en Hollywood y lo tunea a su gusto

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El estreno de «Érase una vez Hollywood» revoluciona el Festival, pero deja muchos puntos suspensivos para la intriga del Palmarés

Nunca el Festival se había puesto tan tiquismiquis con una película, con cambios de horarios, reajustes, embargo e incluso ruegos para no destriparla. Era el estreno mundial de lo último de Quentin Tarantino, «Érase una vez en Hollywood», y había enormes colas horas antes para entrar a verla. Se entienden los nervios, la curiosidad y las ilusiones por ver esta película de un director grande que, quizá como en ocasiones anteriores, le diera un volantazo al rumbo del cine. Aquí no ocurre ese instante celestial que altere, como pasó en «Pulp fiction», el modo de narrar el cine de los próximos diez o quince años, pero sí tiene tantos momentos brillantes y tanta historia dentro como para poderla considerar una película grande.

Magnífica y divertida ambientación de Los Angeles a finales de los años sesenta, con un meritorio rastreo de lugares, tipos y ambientes. No es un homenaje a Hollywood, sino a su Hollywood, a los seriales televisivos, a las películas de serie B y a los wéstern que huían de lo clásico, y es un gran acierto poner en el centro a su pareja de personajes, una estrella de esos seriales, Rick Dalton, y a su doble de escenas de riesgo, Cliff Booth, que interpretan con notable sentido de lo que están haciendo y para qué Leonardo DiCaprio y Bradd Pitt. Y situar la escena y la acción en un momento preciso de la Historia: la mansión de Rick Dalton estaba junto a la de Roman Polanski y Sharon Tate, mientras que en los alrededores pululaban los miembros de la secta que se conoce como la familia Manson

Técnicamente es prodigiosa, y ensambla los dos tiempos a su gusto y capricho, con bromas en las que mezcla a Steve McQueen, a Sharon Tate, al actual Pacino, a Bruce Lee y a las músicas más pegadizas de la época (incluidos Los Bravos)

Hay que alabar mucho en esta película tres detalles que son cruciales y que se repiten en todo o la mayor parte del cine de Tarantino: describe con precisión, pero con esa mezcla de banalidad y sustancia, la relación de los personajes entre ellos y su entorno (la fragilidad de DiCaprio, la entereza de Pitt, el infantilismo de «buenos» y «malos», los códigos...); juega con los tópicos, se divierte con ellos, ofrece su personal «control» sobre dónde y cuándo explosionar el relato y darle paso a su idea de la violencia, y tercera y más importante, vuelve a argumentar como en «Malditos bastardos» que el cine es mejor que la vida, con aquella cuña de su propia madera que arreglaba las cuentas con Hitler.

Técnicamente es prodigiosa, y ensambla los dos tiempos en la pantalla y dentro de la pantalla o de la televisión a su gusto y capricho, con bromas en las que mezcla a Steve McQueen, a la original Sharon Tate, a la actriz que la interpreta, Margot Robbie, al actual Pacino, a Bruce Lee y a las músicas más pegadizas y molonas de la época (incluidos Los Bravos), y tiene momentos geniales, como la entrada al campamento de Manson y los suyos, pero, pero…, no tiene la grandeza de lo definitivo, de lo redondo, de lo completo, de lo genialmente tarantiniano. Y no debería defraudar porque no siendo el mejor homenaje que se le ha hecho a Hollywood, a cualquier Hollywood, sí es, en cambio, el mejor homenaje que se le puede hacer a una película cuando es preferible, superior y más deseable que la vida. Y lo demás es Historia, o ucronía.

El filme coreano tapado

Al coreano Bong Joon-ho y a su película «Parásitos» les tocó el sitio de detrás de la columna, pues salir a la competición el mismo día que Quentin Tarantino significa que te vas a quedar con el ángulo ciego y con las escurrajas de las crónicas. Y el caso es que «Parásitos» tiene un ingenio infinito, un desarrollo sorprendente, malicioso y en tono humorístico, y un desenlace ya más acorde con el tipo de cine de este director, que no suele tener compasión ni con el público ni con sus personajes, y títulos como «Crónica de un asesino en serie», «Madre» o la fantástica «The host» lo dejan bien descrito.

La historia de «Parásitos» tiene dos niveles deslumbrantes, el argumental y el visual; con aire de fábula cuenta la minuciosa intromisión de los miembros de una familia de buscavidas en el casoplón de otra muy rica e ingenua. El guion trenza con gracia a unos y otros personajes, dosifica la intriga que se prevé y aún así sorprende, maneja con humor el tono caricaturesco y se sigue con preciso suspense un relato que difícilmente puede acabar bien… Bong Joon-ho borda el manejo de interiores, los de ellos y los de la arquitectura de la casa, y ofrece una excepcional geografía de exteriores (las secuencias del diluvio, de las inundaciones, de los cableados, luces y ambientes, son asombrosas). La película tiene una pinza perfecta, pero a este director coreano le gusta siempre que en algún momento se le vaya, y la deja ir con enorme fuerza cinematográfica para llenarlo todo de moralejas y de intenciones sociales.

Presencia española con «O que arde»

La película del gallego Oliver Laxe «O que arde» se presentó también ayer en la sección Un Certain Regard, una historia diminuta y despojada de casi todo menos profundidad y sentido en la que recoge a un personaje, un hombre que sale de la cárcel por haber provocado un fuego, y su rutinaria y campestre vida junto a su madre en medio del bosque. Una maravillosa y deslumbrante fotografía encuadra la humedad del paisaje y la sequedad de ellos, con muy poco diálogo, pensamientos y culpas que se sugieren y la sensación de que algo que no pasa, pasará. Las llamas vuelven para arrasar las escaseces del relato, para darle sentido a los odios y a las heridas, para proponer unas cuantas preguntas y ninguna respuesta que no sean los entusiasmados aplausos finales.