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Vie, Abr

La segunda masacre juvenil en menos de una semana alarma a una Colombia que sigue en espiral de violencia

Policía
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Al menos nueve jóvenes fueron asesinados en Samaniego, ocho estaban en una casa de campo

Las masacres han vuelto a Colombia y aunque nunca han discriminado por edad o género, ahora parecen ensañarse con la juventud. En poco más de una semana dos masacres, con un saldo trágico de 16 jóvenes asesinados, entre ellos cinco adolescentes que vivían en una zona popular de Cali, en el departamento del Valle, la tercera ciudad más importante del país y en la cual en el primer semestre han sido asesinados 28 menores.

Los que se han salvado ha sido por fingir estar muertos, en medio del horror, como sucedió este fin de semana en la población de Samaniego. En la noche del sábado unos 50 jóvenes estaban reunidos en una finca en la vereda Santa Catalina, a las afueras de esta población del departamento de Nariño, al sur de Colombia y fronterizo con Ecuador. En fotos previas al horror que han circulado en las redes, se les ve conversando, con unas cervezas en la mano, como universitarios de cualquier pueblo del mundo.

Pero Samaniego, con su clima amable, su vocación ganadera y agrícola y unos 50 mil habitantes, está en el corazón de Nariño, hoy día una de las regiones cruzadas por la violencia del narcotráfico y el olvido estatal. Antes de la media noche dos motos y cuatro hombres armados llegaron para acabar con todo.

Para Antonio Navarro, líder del partido Alianza Verde y quien fuera gobernador de Nariño, su tierra natal, «lo que hay en las zonas rurales de Nariño es la presencia de unas economías ilegales, sustentadas esencialmente en los cultivos de coca y en la minería ilegal de oro y una total ausencia del Estado en esos territorios».

Y así lo explica el analista y experto en dinámicas de violencia, Kyle Johnson: «Allí están todos los eslabones de la cadena en un espacio reducido, pero además el abandono institucional en Nariño y Cauca (el otro departamento muy afectado por la violencia) tiene historia larga y todos los grupos armados han estado allí en algún momento. Se aprovechan de las condiciones de pobreza, además de que no hay Estado y es ilegítimo, lo cual hace más difícil la solución».

De acuerdo con la Defensoría del Pueblo, desde inicios de agosto grupos paramilitares y disidencias de las FARC han hecho de estas zonas su nuevo campo de batalla, en el que se disputan el control del narcotráfico y demás economías legales. Hasta hace poco, por esta región de Nariño campeaban grupos paramilitares, que tienen intereses de narcotráfico, así como la guerrilla del ELN. Ahora las disidencias de las FARC han llegado a disputarse las rentas. Antes y ahora, con ausencia de las fuerzas de seguridad, que siempre llegan tarde a pesar de las alertas tempranas. En medio, una población indefensa.

Pero no solo la Defensoría hace el llamado. Por las redes sociales, líderes locales, defensores de derechos humanos y las madres de los jóvenes masacrados piden por medio de vídeos que el Estado dé respuesta, que el desangre no empiece de nuevo, detrás del cual llega el desplazamiento forzado, los asesinatos de líderes, el reclutamiento forzado y la violencia que ha asolado el campo colombiano. La petición también coincide en la necesidad de implementar el Acuerdo de Paz firmado en 2016.

No respetar el confinamiento

Como lo señaló en su comunicado conjunto de ayer la Misión de Verificación de Naciones Unidas y todos los oficiales de la ONU en Colombia, «es crucial avanzar y profundizar la implementación integral del Acuerdo de Paz» especialmente de las medidas previstas de seguridad territorial, de la población. Esta implementación, según los expertos, busca cambiar las dinámicas económicas, llevar efectivamente la presencia del Estado y seguridad para la población, además de darle legitimidad a las acciones del Gobierno.

Tal es el descontrol, que una de las hipótesis de la masacre de Samaniego es que fue el escarmiento de uno de los grupos armados de la zona, por no respetar el confinamiento del coronavirus. En Samaniego, paradójicamente, solo han muerto dos personas por Covid-19, mientras que a otras las mata la violencia, la otra pandemia que hoy asuela a Colombia.