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Jue, Abr

REAL MADRID 1 - 1 MANCHESTER CITY

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De Bruyne amaina el fervor del Santiago Bernabéu

(ABC).- Es curioso presenciar como en tardes como la de este martes, el Santiago Bernabéu deja de ser un bello estadio de fútbol en obras y se convierte en un ente vivo; una criatura inmensa, peligrosa, definitiva. Su tranquila afición es contra el Manchester City un mar de gente efervescente. Ni los partidos contra el Barcelona despierta la fiereza con la que el madridismo vive la Champions en primavera. La porción blanca de la ciudad se concentra desde la sobremesa en la ya icónica plaza de los Sagrados Corazones, ruge en las horas previas al encuentro, recibe en absoluta aglomeración al autobús de su equipo bajo el humo morado de las bengalas mientras retumba a su paso el 'Como no te voy a querer' -es más, el chofer dibuja una media sonrisa que avisa que vivió esa misma situación mil veces-, los chavales escalan cubos de basura y cabinas de lotería... La ilusión es evidente en cada rostro.

Con el sol marchándose por el horizonte y los focos apuntando hacia el impoluto verde del estadio, el personal llena rápido las gradas del templo blanco. El gentío grita el himno por encima de los altavoces, pita con animadversión la música de la Champions para mostrar su poco respeto a la UEFA y saca un tifo en el fondo sur de una belleza cuestionable (un enorme vikingo con la Copa de Europa número 14 en sus manos; nada realmente espectacular).


Sin embargo, comienza el partido y, tras un breve inicio muerde uñas, el City consigue amainar el vendaval. Los de Guardiola presionan la salida desde la línea defensiva blanca, incapacitan la recepción de Camavinga, el más capacitado de los cuatro de atrás para conectar con Kroos y Modric, y el Real Madrid se consume en sí mismo. El balón es citizen y los precisos disparos que repele Courtois a Gundogan y Rodri silencian por completo a esa bestia llamada Santiago Bernabéu.

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Los de Ancelotti fueron de menos a más , justo lo contrario que el equipo de Guardiola. Los goles, dos trallazos, llegaron cuando el rival dominaba

El líder de la Premier League ha encontrado la calma. Vive cercado frente al área blanca mientras su gol parece inminente. Es tal su superioridad, que suena sobre la nadael 'Blue moon', clásica canción de los del noroeste de Inglaterra, en las gargantas de los poquísimos aficionados celestes que se apiñan en lo más alto de un corner.

La ira acude al rescate
Pero cuando el fútbol no consigue levantar al personal de su butuca, algo recurrente en este deporte, a veces tiene que ocurrir algo que desespere sobremanera al estadio. Así, cuando nada bueno ocurre para los locales, el árbitro corta un contragolpe de Vinicius tras un choque entre Rudiger y Gundogan que deja aturdido al turco. El estadio entra en cólera e, ipso facto, reanima; ruge de nuevo el Bernabéu cuando los suyos más lo necesitan.

La ira acude al rescate
Los jugadores de Carlo Ancelotti notan el aliento y el Real Madrid comienza a competir, al fin, a la media hora de juego. Por suerte estaba intacto pese al repaso de fútbol británico; y, claro, era más peligroso que nunca. Entretanto, como una consecuencia directa a su despertar, en la primera ocasión que el campeón de Europa pisa con peligro el campo rival, Vinicius hace una obra de arte -un bellísimo disparo a la escuadra derecha de Ederson- para desatar la locura en Chamartín. Un gol gigante de un jugador que ya hace tiempo se acostumbró a ser diferencial en los días realmente importantes.

El Bernabéu vibra, empuja a los suyos hacia un segundo gol que hiera de muerte a un equipo brillante, arropa a Carvajal en su pelea continua con Grealish y se emociona con el empuje de Valverde. Pero el City es un grupo que, tras la desazón de la temporada anterior en este mismo escenario, aprendió de los horrores del pasado. Los de Guardiola no se impacientan: agachan sus cabezas, aguantan los golpes de un Madrid que es insaciable y, a la mínima oportunidad que tiene de salir sonriente de un partido (y una eliminatoria) que se empina como una montaña, aprovecha la calidad en el golpeo de Kevin de Bruyne para silenciar a un estadio que siempre creyó en la victoria