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Vie, Abr

Amargo pase de Nadal a la final de Roland Garros por la lesión de Zverev

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El alemán se tuerce el tobillo en el segundo set y no puede continuar en el choque

 

(ABC). Enmudece la Philippe Chatrier cuando ve a Alexander Zverev entre gritos de dolor, lágrimas y la mano en el tobillo derecho después de tropezar. Se cumplen tres horas de partido y es 6-6 en el segundo set. Pero el tiempo se para porque el alemán tiene que ser atendido, sacado de la Philippe Chatrier en silla de ruedas y con la incógnita de si el encuentro continuará o se quedará cortado con el segundo capítulo sin concluir. Por la imagen, el dolor y el llanto, se teme lo peor, como se confirma unos minutos después, Zverev regresa con muletas para despedirse. Es Nadal el finalista de Roland Garros en una fiesta de cumpleaños amarga para todos.

En un partido del todo emocional, es Nadal quien gana antes de salir a la pista. Lo anuncia la megafonía y la Philippe Chatrier se aprovecha del eco que provoca el techo cerrado para expresar el cariño al balear haciendo vibrar las sillas, las manos y la pista. Tiembla la tierra y provoca el primer escalofrío en Zverev.

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El escalofrío, no obstante, recorre la pista en cuanto la pelota se pone en juego porque es Zverev maestro del hielo y azota el brazo para descerrajar los primeros puntos, el primer juego y el segundo, congelado el ambiente hasta que el balear saca el puño para dar esperanza y aire. Aire que se empeña en quitar el alemán, estrategia clara y que ya le funcionó contra Carlos Alcaraz: acorralar a Nadal al fondo de la pista, al que le cuesta sacar la potencia de piernas para alcanzar los ángulos del alemán y tampoco la pelota le corre con soltura ni altura, plomizo el ambiente, banda sonora de gotas cayendo sobre el techo estrenado.

 

Se habla de su mentalidad, de su físico, de su pie, de su garra. Pero es también Nadal artista de la espera, de la paciencia. Sabe que a Zverev, pura potencia, se le suelen acabar las pilas antes que el partido. Así que aguanta los golpes, sufre con su saque porque la pelota pesa tanto que ni siquiera se guarda la segunda en el bolsillo, no le cabe, empapado como va el pantalón, y prefiere que no se vuelvan todavía más húmedas en el interior. Sacude cuando puede y no es mucho, siempre al compás de lo que marca el alemán. Pero ahí está. Ahí sigue. Solo un break abajo y ante este Nadal, es una distancia mínima.

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Tan mínima que empieza a cruzar la duda en la mano de Zverev, que pasa de ganar 13 de sus 12 saques a una doble falta. Siente tan cerca el aliento del balear que asoman los temblores con su derecha, su golpe más débil, y a los errores de bulto con el revés, lo mejor que tiene. La imagen del partido, lo que lo cambia todo, es esa raqueta que sale por los aires escurrida de la mano del 3 del mundo. El punto es tan fácil, está tan cerca de la red, tiene tanta pista para él, que cruza en exceso el remate y del ímpetu se le escapa la raqueta. El siguiente punto es tan fácil, está tan bien situado, es con su mejor golpe, que cruza en exceso el revés y concede el break al español.

Y todo cambia.

Nadal, que siempre estuvo ahí, agazapado, sin chispa, con bolas demasiado cortas y sin contundencia, se le abre el techo figurado. Tiene, por ahora, 21 Grand Slams por situaciones como esta, por partidos como este, en el que gana sin jugar bien. Sigue a trompicones, pero sabe que la batalla moral la ha empezado a ganar. Las dudas crecen y crecen en Zverev, que aguanta hasta el tie break, que se impone con su revés y su derecha, que se eleva hasta el 6-2, pero no logra ninguna de sus cuatro opciones de set. Ahí, al límite, el Nadal que no se explica, el que no se entiende, el que deberá estudiarse en el futuro:dos derechas paralelas que generan un trueno de aplausos y una herida mortal en el alemán. Ha jugado bien, muy bien por momentos, pero es Nadal quien cierra el puño. Inexplicable. Nadal.

Había que sacar el nivel cuando el nivel lo exigía. Aquel fue Djokovic, ante Zverev no hacía falta tanto, tampoco ya hay tanto, y el cuerpo del balear lo nota. Seis juegos del segundo set, seis breaks. Sin brillanteces, con pico y pala. Sin aspavientos, con sufrimiento. Mucho. Sin descanso, con cansancio. Muchísimo. Con esa capacidad para responder cuando el rival parece haber conseguido la pregunta perfecta. Así, un punto de 44 golpes para beneplácito de la grada, que logra Nadal. No siempre se gana con todo ni todos los saques a 220 del alemán hacen tanto daño como algunos a 160 del español.

Y aun así, Nadal ofrece síntomas de agotamiento físico, pero sobre todo mental, sin ideas, y cuando las tiene, llega tarde en la ejecución, y cuando las tiene, un smash al pasillo. Quien mantiene en el segundo parcial a Nadal es Zverev, tres dobles faltas en el juego para el set y otra oportunidad para el balear. El arte de la paciencia, del saber estar, del nunca reblar. Brazos para arriba Nadal con 5-5, ‘levantadme’. La grada acude al rescate. Hay orgullo para luchar por el tie break.

Pero el guion de esta semifinal atípica, con más errores que acierto, culmina con un epílogo inesperado. Zverev quiere evitar el break, llevar el set al tie break, pero la bola de Nadal es demasiado profunda. Corre hacia ella y en el camino... Un movimiento, un segundo, un tropiezo. Un alarido, un llanto. Zverev cae, el tobillo retorcido. El adiós, en silla de ruedas. La despedida, con las muletas.

«Muy triste por Zverev. Ha luchado mucho por ganar Grand Slams, pero por el momento está teniendo muy mala suerte. Le deseo lo mejor y una recuperación rápida», valora Nadal, finalista amargo. Sabe lo que es estar en una situación parecida.

Cumple años Nadal por octava vez en un partido en la Chatrier;son 36, y de regalo: una final de Roland Garros, y ya van treinta, pero sobre todo, una nueva oportunidad para su cuerpo, su felicidad. Sigue aquí, por mucho que se empeñe el tiempo en recordarle, así como su pie, que juega en los minutos añadidos. Nadal, y son ya muchos ejemplos, se ha empeñado en retorcer el reloj a su antojo, hacer un calendario nadaliano, donde él rige cuándo, cómo y por qué habrá más oportunidades, finalista hoy como en 2005. Finalista como nunca en 2022 porque nunca, nunca, nunca la Philippe Chatrier había protegido tanto al campeón de 21 Grand Slams. Pero con la tristeza del cómo. «He estado con él y verlo llorar es un momento muy muy duro». No hay cumpleaños feliz.