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Vie, Abr

El Real Madrid muere y renace

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CHAMPIONS / CUARTOS, VUELTA / El Chelsea, con un partido extraordinario, se puso 0-3 superando por completo a los blancos

Con todo perdido, los de Ancelotti remontaron; vital la entrada de los jóvenes

 

(ABC).- El partido memorable lo confirmó todo: la superioridad del Chelsea, que volvió a ser un espectáculo, y la excepción del Madrid, su singularidad extraterrenal. Juega en las postrimerías, en el ser o no ser. Con la calavera en la mano de Modric. El Madrid estuvo vivo, muerto, vivo de nuevo, muerto otra vez y renacido al fin.

Desde el inicio se vio que la noche iba a ser complicada. El Madrid estaba raro. ¿Qué hacer? ¿Atacar, defender? Era un equipo contra su circunstancia. Había una especie de cortocircuito instintivo inevitable. Pero eso se daba por hecho, había que contar con esa incomodidad. El problema fue que el Chelsea dio su verdadera cara, la de campeón vigente, y salió muy arriba, muy valiente, dejando espacios que al principio parecían prometedores para Valverde y Vinicius, pero que acabaron quedando sin pisar.

La peligrosidad del Chelsea se vio pronto. Su abordaje táctico, por descontado, pero concretando más, el aguijón, aunque fuera un aguijón retráctil, estaba en Werner, rapidísimo y directo desde la mediapunta como delantero descolgado. Werner tiene una prestigiosa reputación internacional de fallón, pero su peligrosidad iba a ser para otros, para la realización de otros, como Vinicius meses atrás, y así llegó el 0-1, con resolución de Mount, fino y preclaro.

 

El gol el Madrid lo encajó con buena mandíbula, demostrando que eso estaba muy hablado, psicológicamente trabajado, pero el problema, de nuevo, no era mental, era futbolístico: el Chelsea estaba muy bien puesto en el campo, diríase que cada vez mejor, y se notaba en el respeto con el que atacaba el Madrid, apenas dos o tres hombres.

El Chelsea se fue desplegando en el estadio con un murmullo respetuoso, entre admirativo y temeroso, el ‘euromurmullo’. A la noche le iban saliendo rombos, tonalidades lúgubres, y Tuchel tenía en la banda esa cara de niño sobreexcitado del entrenador que ve realizarse en el campo su dibujo.

El Chelsea la tenía, cada vez más, y presionaba arriba, cada vez más arriba, y el Madrid se veía llevado a su límite, forzado, reducido poco a poco a una versión conocida y peligrosa: el bloque bajo más Vinicius, la posición de un gato(viejo) panza arriba. Incluso salir con la pelota empezaba a costar, como el beodo que no encuentra la puerta del bar.

Lo único bueno de ese estado era que se trataba de algo familiar, porque el Madrid había estado raro desde el principio, como si no jugara en casa, como si le hubieran cogido el sitio en su salón, víctima de una ocupación táctica y de su propia falta de costumbre para la mera conservación del resultado. Esa sensación de extrañeza fue sustituida por la agónica costumbre del bloque bajo, una situación no óptima, pero casi entrañable por bien conocida. El Madrid llegó al descanso en ese punto en el que estuvo en momentos claves de la temporada: sometido y sin la pelota. No había ocasiones, pero el Chelsea ya había hecho cundir una forma aun soportable de terror táctico.

El Chelsea era mecánico y multiforme y Ancelotti sacaba poco las manos del abrigo. Su cara y la de todos era de Semana Santa y al poco de salir del descanso, con la misma sensación de entrega local, Rudiger marcó de cabeza en un córner. La eliminatoria estaba igualada y el Madrid aun tenía que meterse en el partido. Evolucionar desde el mero amontonamiento defensivo y el tembleque. Modric y Kroos no habían aparecido. La proximidad del precipio, su gran rasgo de estilo, hizo al Madrid atacar más por el método corajudo que personifica Carvajal arremangado. Se puso de pie el equipo, el público despertó y en sus primeros cánticos le salió un gallo por la congoja acumulada.

Se quiso crecer el Madrid y en una pérdida calamitosa de Mendy, jugador atribulado, marcó Alonso. El gol lo anuló el VAR y fue como si el estadio renaciera. Una alegría distinta a la de marcar un gol definitivo. No un estallido de belleza y júbilo, sino un susto anulado, la reversión de un golpe fulminante. Un alivio, el ‘desgol’. Esto terminó de hacer sentir a los presentes la dicha de estar vivo y ser el club elegido. Hubo un palo de Benzema, mayor cuidado con la pelota y la entrada de Camavinga, pero el agujero de la defensa era el mismo, nada se había corregido y el repetido movimiento de Werner dio lugar al tercero. Al rival le basta con ir donde Carvajal y moverse para lograr el desconcierto.

Al borde del mayor ridículo, el Madrid se encontró: Modric dio un pase abusivo con lo más extremo de su exterior, casi el principio de su talón, y remató Rodrygo, ungido en Europa. El Madrid remontaba al remontador y llevaba el partido más allá de lo ‘molto longo’. El Chelsea era admirable hasta en la prórroga, a la que el Madrid llegó con fortuna. Siempre se envidia a Mbappé, ¿por qué nunca un Tuchel?

El Madrid, ido Nacho, quedaba con Carvajal de central, un temor de los más agoreros toda la temporada. Si consideramos que Alaba apenas lo es, no había ninguno. La defensa, de todos modos, ya había sido digna de Stephen King toda la noche, no podía empeorar, y Lucas aportó carácter, camachismo, el ‘comerse al alemán’ (Havertz).

El Madrid tenía que atacar, y recuperando por la izquierda, como en el primer gol, con el ya indispensable Camavinga, Vinicius se la puso dulce y meditada a Benzema, implacable en el remate. La remontada estaba consumada sobre un guión también conocido. La temporada de Ancelotti ha sido un morir de bloque bajo y un revivir con los jóvenes.

El Madrid ya era el Madrid, el público habitaba su delirio, su trance sin pastillas, el Chelsea presentaba principio de jadeo, y Tuchel aun se sacó de la manga una pizarrita puñetera en el descanso de la prórroga. Al Madrid el segundo tramo le cogió con los pulmones puestos, con Modric de pivote levitante, extático, imperial, aunque aun tuviera que estirarse Courtois. Acabaron cojos, bajitos, por los suelos, en un bloque bajo ahora sí emocionante y legendario, hecho paso de Salzillo. Nada podía sacar al Madrid de su destino y el viejo himno sonó triunfal entre las vigas nuevas.