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Trump se dirige a un EE.UU. sumido en el caos: «Soy el presidente de la ley y el orden»

Política
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Los antidisturbios desalojan una protesta ante la Casa Blanca para que el mandatario pueda visitar una iglesia quemada ayer

Donald Trump emergió este lunes cuando cayó el toque de queda en Washington, para proclamarse «presidente de la ley y el orden». Justo en ese momento, los antidisturbios desalojaban las calles aledañas a la Casa Blanca. Con disparos de los cañones de pelotas de goma y gas lacrimógeno perceptibles de fondo, el Presidente se dirigió a la nación desde el patio de su residencia para anunciar que ha ordenado la movilización en la capital de «miles y miles de soldados fuertemente armados para poner fin a los disturbios, los saqueos, el vandalismo, las agresiones y los destrozos».

Dijo Trump que se considera «amigo de los manifestantes pacíficos». Mientras, la Policía Militar y cuerpos antidisturbios de variada procedencia cargaban contra manifestantes que hasta ese momento habían protestado de forma pacífica, cantando lemas como «No puedo respirar», las últimas palabras de George Floyd, el hombre de reza negra que murió bajo custodia policial la semana pasada en Mineápolis después de que un agente le hincara la rodilla en el cuello durante casi nueve minutos.

Tras su breve discurso, Trump demostró el por qué del desalojo masivo. Él y algunos miembros de su Gobierno caminaron hasta la iglesia de San Juan, unos minutos antes rodeada de manifestantes, para visitarla tras el incendio de su sacristía ayer. En esa pequeña iglesia, a escasos metros de la Casa Blanca, han rezado todos los presidentes desde principios del siglo XIX, incluido el propio Trump. Ante las escaleras del templo, el Presidente alzó un brazo con una Biblia en la mano.

Tras tres días de disturbios, incendios y saqueos, el Presidente ordenó un dispositivo de seguridad insólito alrededor de la Casa Blanca. Por orden constitucional, el Ejército sólo puede desplegarse dentro de las fronteras de EE.UU. en caso de insurrección, para prevenir golpes de estado. Hay sin embargo excepciones que le dan a Trump cierto margen de maniobra en caso de disturbios. Sí puede movilizarse, por ejemplo, la Guardia Nacional, compuesta de reservistas, en casos de grave riesgo para la seguridad pública.

Ayer, esa Guardia Nacional se desplegó en el centro de Washington a las 19.00, cuando cayó el toque de queda decretado por la alcaldesa tras las tres noches encadenadas de disturbios, incendios y saqueos.

Tras el desalojo, muchos manifestantes, enmascarados, se dispersaron por las calles aledañas. Fueron momentos de caos, entre los ruidos de los cañones de pelotas de goma y el efecto del gas lacrimógeno. Los antidisturbios avanzaban, escudo en una mano y porra en la otra. Tras ellos, policía montada, indicando a los que se les resistían que retrocedieran. Un helicóptero sobrevolaba a la multitud. Algunos manifestantes hincaron las rodillas en señal de resistencia.

No sabían que los policías les estaban apartando para que el Presidente pudiera acercarse a la iglesia. Cuando Trump volvió a cruzar la verja de la Casa Blanca, el cordón policial retrocedió, y los manifestantes pudieron regresar donde estaban antes.

El discurso y el paseo de Trump fueron una demostración clara de fuerza, después de quedar encerrado en la Casa Blanca durante tres días, rodeado de disturbios, fuegos y saqueos. El viernes el Servicio Secreto le llegó a bajar a él y a su familia al búnker que no se empleaba desde los años de George W. Bush y los atentados terroristas del 11-S.

Ni siquiera en tiempos de Richard Nixon, con los disturbios raciales posteriores al asesinato de Matin Luther King y las protestas contra la guerra de Irak se vieron, como ayer, convoyes militares entrando en el complejo de la Casa Blanca y cargas policiales de semejante magnitud. Era un claro mensaje visual, porque después, en su breve discurso, el Presidente dijo que si los gobernadores no ahogan los disturbios, movilizará como sea a las fuerzas armadas.